jueves, 13 de agosto de 2015

¿Qué dices cuando te confiesas?

¿Y los demás, qué?

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Pbro. Óscar Maldonado Villalpando

De parte de Dios, la Confesión es la oportunidad de recibir su Divina Misericordia, de reencontrarte con Él, de ser digno de su Amor; de reconciliarte: tú con Él. Y, si en la breve entrevista con el confesor tú piensas y hablas del marido –generalmente mal–, de los hijos, hermanos, vecinos, de los Sacerdotes, de la Iglesia… si ahí revelas los defectos de todo mundo, ¿crees que será algo bueno para ti?
Ciertamente, las personas, máxime en este tiempo, necesitamos comunicar lo que sufrimos y batallamos en la vida, ante un mundo que rechaza, ignora, hiere; pero no es el lugar, no es para eso precisamente el confesionario.
¿No será que esa entrevista, que no es Confesión, aumentará nuestra separación de Dios y de los demás; nos hará empeñarnos más en nuestro egoísmo; nos afianzará en nuestra soberbia?
No nos equivoquemos y, por descansar un poco nuestro pecho hablando mal de los demás en la Confesión, estemos profanando un Santo Sacramento, que es para dar la Gracia al que se arrepiente. Cuando te confieses, recibe la Gracia; no la rechaces por egoísmo.

¿Y los demás, qué?
Puedes tener razón en todo lo que sospechas, piensas, temes de los demás… pero ésa es la cuenta de ellos. Ni Dios cambia a las personas como juguetes; en su modo de ser, de lugar, de carácter, nos da libertad.
Debes hacer sólo lo que puedes hacer por ellos; pedir por ellos; no darles motivos de sufrimiento. No sea que el mal empieza contigo y tú nunca lo has pensado así. Y Dios lleva las cuentas de ellos, no tú. Dios es el Juez, no tú. Dale oportunidad a Dios de que Él juzgue. Lo que importa es que cada uno se convierta en la Confesión y se acerque a Dios estando en paz con todos, aceptando la Voluntad de Dios en lo que no podemos cambiar, para bien de los demás.
No dejemos de hacer algo por el bien de los demás; no por señalar y exagerar sus faltas y defectos. Nosotros, cada uno, reconozcamos nuestros pecados y aprovechemos la Luz y la Gracia que Jesús nos da en el Sacramento de la Reconciliación.

Hacia un buen ejercicio
Ah, porque la Confesión (Segundo Mandamiento de la Santa Madre Iglesia) no es sólo la mecánica de decir los pecados y recibir la absolución; es Sacramento, o sea, da y aumenta la Gracia, la amistad con Dios, la dicha de ser bueno; nos pone en camino del Cielo. Es fuente de riqueza espiritual y es clave para conseguir la Vida Eterna.
Y, para otra vez, antes de juzgar al Sacerdote como intolerante, cortante, incomprensivo, que no cumple su deber, que no es digno de ejercer ese ministerio de Nuestro Señor Jesucristo, piensa que quizá no buscas la conversión en el Sacramento, sino otra cosa que poco tiene que ver con la Confesión. Y, si es muy necesario hablar de “eso” que tú sientes y quieres, podrás buscar otra oportunidad, pero también en actitud abierta, dispuesta a recibir, a ceder, a reconocer. Serán cosas relacionadas, pero algo muy distinto el acto de la Confesión y una entrevista más o menos en el orden psicológico-espiritual, y una tercera, la Dirección Espiritual, que pide otro ambiente al del confesonario.
Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: “Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor; acéptame una vez más entre tus brazos redentores”.
¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto: Dios no se cansa jamás de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su Misericordia. Aquél que nos invitó a perdonar “setenta veces siete” (Mt 18, 22), nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete (E.G. Núm. 1).

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