jueves, 6 de agosto de 2015

El hombre venido de Dios

Juan López Vergara

La escena del Evangelio que nuestra Madre Iglesia celebra, revela que la vida eterna tiene lugar cuando recibimos a Jesús: el Pan de Vida, y lo acogemos en la donación de su “carne”, o sea, de su existencia humana para la vida del mundo (Jn 6, 41-51).

No sabían contemplar
El pasaje comienza diciendo que “los judíos murmuraban contra Jesús porque había dicho: ‘Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo’, y decían: ‘¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del Cielo?’” (vv. 41-42). La murmuración de aquellos paisanos de Jesús demuestra que todavía no sobrepasaban el nivel de comprensión, creyendo saber de dónde era Jesús. Consideraban inconciliable la descendencia humana de Jesús con su pretensión de bajar del Cielo (compárese Mc 6, 3). No sabían ‘contemplar’, aunque aseguraban ‘conocer’.

La Fe es una relación dialogal
Jesús respondió: “No murmuren. Nadie puede venir a Mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése, Yo lo resucitaré el último día” (vv. 43-44). Al mismo tiempo que somos responsables de ir a Jesús, tenemos que ser atraídos por el Padre. La Fe no es unilateral: es un diálogo entre el Padre, que nos atrae a Jesucristo, y nuestra disposición a escucharlo (compárese Lc 9, 35). La Fe es, pues, una relación dialogal, así como para participar de un aprendizaje, tenemos que ser admitidos por el Maestro y, al mismo tiempo, querer de verdad aprender.

La Eucaristía, prolongación de la Encarnación
La Escritura es una importante prueba a favor de Jesús: “Está escrito en los Profetas: ‘Todos serán discípulos de Dios’. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de Él, se acerca a Mí” (v. 45). Para el Evangelista San Juan, el verdadero discípulo es el que ha oído hablar de Dios en el Antiguo Testamento. Jesús, entonces, reveló su preexistencia: “No es que alguien haya visto al Padre, fuera de Aquél que procede de Dios. Ése sí ha visto al Padre” (v. 46). Jesús procede del ámbito divino y pertenece por esencia al mismo: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado” (Jn 1, 18).
Los versos 47-50 recogen, una vez más, los argumentos decisivos del discurso del pan y, enseguida, encontramos una declaración de Jesús que nos traslada del discurso del pan al de la Eucaristía: “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo; el que coma de este Pan vivirá para siempre. Y el Pan que Yo les voy a dar es mi Carne para que el mundo tenga vida” (v. 51). Encarnación y Eucaristía aparecen estrechamente unidas y apoyándose mutuamente.
De entre los Sacramentos, la Eucaristía es el Sacramento por excelencia, y es, a la vez, el Testamento de Jesús y la actualización de su presencia, la prolongación de su Encarnación. En la Eucaristía recibimos a Jesús, el Señor, el Verbo Encarnado, el venido de Dios.

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