jueves, 6 de agosto de 2015

De qué estamos hechos

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Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.

Desde que el ser humano tiene consciencia y empieza a desarrollarse su inteligencia, sí que ha llovido. Y hasta diluvios ha habido. Pero luego de una evolución de milenios, digamos de 12,000 años para acá, a partir de Lescaut y Altamira, virtudes y defectos como seres pensantes, parecen ser esencialmente los mismos, sin mayor evolución. El cainismo, el hermano contra el hermano, el odio a muerte, aparece permanentemente en el curso de la Historia.
Y qué otra cosa, si no, es la Historia Universal. Cómo calificar la violencia con que los hijos de Israel llegan a posesionarse de la tierra prometida. De qué manera se crearon los imperios y las civilizaciones, sino a fuerza de espada. Qué son los laureles de los grandes conquistadores, los Alejandros, los César, los Gengis Khan, los Napoleón, sino laureles ensangrentados con sangre de enemigos. El Holocausto no tiene nombre. El Estado Islámico sintetiza el odio y la violencia que caracteriza al género humano en su más cruda expresión.
Si, por lo general, en el avance de la Humanidad se da por sentada la guerra como algo natural, natural dentro de la naturaleza del hombre, en lo particular no hay mucha diferencia en la conducta doméstica, prevaleciendo la inclinación al odio, al orgullo, a la envidia, a la estulticia y al rencor… por no agregar más ‘perlas’ a la diadema del egoísmo.
Luego, pues, cuando nos escandaliza el horror, la masacre, el crimen, el vandalismo y la corrupción, cabría decir que no hay por qué sorprendernos ni inquietarnos; que esto es así desde la eternidad. Desde que “las torres que en el cielo se erigieron y un día cayeron en la obstinación”.

Indiferencia y olvido
Dos mil años de Cristianismo con su Doctrina del Amor, no han logrado inclinar la balanza a favor de la bondad y el bien en el corazón del hombre. A la Europa de Carlo Magno se le llamó el Sacro Imperio. Hoy, Europa se revuelve en su laicismo lacerante. El mundo se ensombrece con la ceguera por el bien de Dios. Y es que la mala levadura persiste en el hombre común y corriente. Si el pueblo escogido resultó terco y obstinadamente de dura cerviz, nosotros, el injerto, no cantamos tan mal las rancheras.
El mundo se hace sordo y ciego para no advertir la presencia de Dios; algo semejante a como se comportó Israel al ignorar la presencia de su Salvador, lamentando enfrente de Él, desde la orilla de la ciudad, su obstinada ceguera. “Vino a los suyos y no le conocieron”. En general, parece que nosotros tampoco lo conocemos.
Aparte de las grandes conflagraciones, aparte del terrorismo, las guerras, grandes y chicas, las masacres más reprobables en Irak o Gaza; Anders Breivik, en Noruega; las muertas de Ciudad Juárez; los 43 de Ayotzinapa; los náufragos de Lampedusa; los de aquí y los de allá; es decir, aparte de la violencia universal, el veneno persiste en todos los ámbitos sin que se le dé mayor importancia.
La inclinación al Mal, así como la estupidez en el hombre, es algo inconmensurable. Se da, persistentemente, en todos los niveles de la Humanidad. Se da en la vida familiar, en la vida civil y en la política. Se da en el potentado y en el más ordinario de los mortales.

También los célebres
Alejandro el Grande, uno de los más grandes elegidos por la Historia, educado por un Aristóteles que le enseñó a apreciar el legado de la Cultura y a extender el mensaje del pensamiento educado, tuvo grandes equivocaciones. El mismo que, cruzando el desierto donde arreciaba la sed, se encuentra una caravana de macedonios que llevan en odres un poco de agua, apenas para mantener en pie a sus familias, y le ofrecen un casco lleno de agua fresca. Alejandro ve a sus soldados mirarle con ansia al ir a beber, y éste, en un gesto entre heroico y mitológico, vacía el líquido en la arena. Él mismo, en los momentos más eufóricos de su gloria, estando en Persépolis, dueño ya del imperio persa, tuvo el desatino de incendiar y dejar en ruinas el fabuloso Palacio de Jerjes y Darío I, al dejarse llevar por la bebida y la seducción de la danzarina Thais. Alejandro mismo se arrepintió luego de su torpeza, que le dio salida a sus peores instintos.

Más tristes ejemplos
En el pueblecito de Vicente Guerrero, situado entre Tlaxcala y el Volcán de La Malinche, se encontraba una joya arquitectónica que reunía en un sincretismo religioso de lo más bello: el mestizaje español e indígena de la Colonia. Bastó la conjunción de la estupidez con la corrupción, la impunidad y la mala leche, para que, en dos días, con maquinaria pesada, se destruyeran 300 años de Historia. La Capilla del Santo Cristo, una edificación del Siglo XVIII, fue demolida de la noche de un sábado a la mañana del lunes siguiente. De nada le valió al monumento estar catalogado como Patrimonio Nacional en la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas. Lo más incomprensible de esta desaparición es que nadie vio nada, nadie da razón de nada, nadie es responsable de nada. ¿Habráse visto mayor burla a lo estético, lo histórico y lo religioso? Mala sangre corre por esas venas.
¿Recuerdan aquel desacierto del Rey Juan Carlos, yendo a cazar un elefante con las mayores ventajas y con toda la realeza de su gratuita investidura? Uno se pregunta si tendría heces en su muy real cerebro. En Hwanger, una reserva de Zimbawe, se encontraba un león de 13 años de edad, líder de una manada de tres hembras y siete cachorros, que era ejemplo de realeza, de fuerza y belleza, orgullo de la región y parte de un programa de investigación. Estaba identificado con el nombre de Cecil. En Tanzania, el país con más leones en África, permiten los safaris turísticos, que le generan 25 millones de dólares anuales. Como una parte de esas ganancias se destina a la conservación de las reservas, el dinero lo justifica todo. Cecil se encontraba protegido en la reserva, de donde fue conducido por nativos comprados hacia un lugar donde el dentista de Minnesota, Walter Palmer, pudiera cazarlo. Lo hizo con una flecha que lo dejó herido y huyó. Luego sería alcanzado y rematado por el heroico dentista. ¿Qué clase de bichos anidarán en su cerebro para pensar en una hazaña de ese tamaño? La mala levadura se refleja por allí.
O séase, que esta onda del mal sobre la Tierra no sólo está en los promotores de las guerras, en los sicarios, en las masacres, en la corrupción, en la impunidad, en el narcotráfico o la desigualdad. Está en el interior de cada uno de los seres humanos.
Según el Padre Horacio Bojorge, Comentarista del Canal EWTN, el mal es una presencia operante en la Historia de la Humanidad. Continuamente, acecha el alma del individuo, de la Sociedad y de la Cultura. La indiferencia hacia el bien -sigue el padre Horacio-; la ignorancia que desconoce a Dios; la ingratitud ante sus obras; la tibieza, la ceguera y la falta de caridad, están a flor de piel en cada uno de nosotros. Es el triunfo del Maligno. Sólo la oración puede derrotarlo.
La tendencia al mal actúa en el hombre como pensamientos que luego van dominando el alma. El Papa Francisco nos llama a ser y sentirnos pequeños ante Dios confiándonos totalmente a su Misericordia.

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