jueves, 13 de agosto de 2015

EDITORIAL

Ante la cultura del descarte, ¡bienvenidos los abuelos!

Los logros en la ciencia y en la conciencia debieran ayudar más a la maduración de la Humanidad en asuntos que competen al respeto de los demás. Si se mira a los hombres y las mujeres llamados “de la Tercera Edad”, asombra a propios y extraños que, con su carga de tiempo, aprendan a mirar de forma diferente el sufrimiento y la esperanza. Por contraparte, en el ámbito de la fuerza laboral, en algunas regiones del mundo los abuelos son excluidos y casi desaparecidos adrede o por una marginación inconsciente y cómoda.
¿Qué y quién es un anciano? Cierto: una persona de edad, con el lastre del deterioro físico y mental, pero con la grandeza de superar los años con el temple de la ilusión de cada día. También es un líder en muchos aspectos; nos basta repasar algunas páginas de la Biblia para entender que el nombrado como “El hombre de muchos días” es la misma imagen de Dios que comparte muy de cerca con el entorno familiar y es portador de los grandes principios. Es alguien que, con la madurez de la edad, ha consolidado su postura ante el Bien y el Mal… aunque algunos todavía tarden en encontrar las veredas mejores de la existencia.
Los ancianos son de por sí adalides de pensamiento, experiencia y comportamientos ante los vendavales de los siglos y los cambios drásticos que experimentan las Sociedades de todo tipo. En la Historia milenaria de los pueblos, un viejo es, frecuentemente, el que encabeza acciones de consejo, de conducción, basado en la práctica y el conocimiento. Al seno de la Iglesia, también es gestor de actividades pastorales en las comunidades.
Narran las Cartas de San Pablo que un Consejo de Notables iba a las comunidades, y sus miembros eran precisamente los mayores, para encargarse de cuidar el tesoro de sus valores cristianos y costumbres. Al presente, acabamos por desperdiciar experiencias y asesorías por el afán de innovar usanzas que difícilmente pueden mejorar las que los calendarios y la sabiduría han añejado por centurias.
Hay prejuicios ante la gente de muchos años, hay discriminación; la Sociedad los excluye; sólo algunos satisfacen su deseo de trabajar, y así evitan la exclusión que duele. Hay tareas pendientes: ¿cómo reintegrar a los ancianos en su dimensión de sapiencia y disponibilidad para los demás? Las Sociedades suelen basarse en el criterio de la eficacia, y olvidan que el segmento senil merece respeto. Es más, la vida de cada hombre amerita consideración. El Papa Francisco afirmó que la cultura del descarte cree que los mayores son un peso porque no producen, sino que constituyen una carga, y por ello se les desecha.
Por esta razón, entre las personas mayores -dijo el Santo Padre- se vive con angustia la situación de abandono. Construimos una Sociedad perversa, que olvida a los adultos mayores; la gratitud y el afecto van desapareciendo. También explica que la Iglesia siempre ha valorado a los ancianos, dedicando un cuidado especial a esta etapa final de la vida. Por esta razón -subraya-, no debe tolerarse una mentalidad indiferente y de desprecio a los mayores.
Y, al recordar que los jóvenes de hoy serán los viejos de mañana, el Vicario de Cristo afirma con dolor que “donde los ancianos no son respetados, los jóvenes no tienen futuro”. La Tercera Edad debe ser, en la actualidad, necesariamente, protagonista del mundo.

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