jueves, 20 de agosto de 2015

En la Comunión, Cristo nos hace de Él

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

Cristo nos habla de una manera drástica, pero real, sobre comer su Carne y beber su Sangre, para poder tener vida. El que no come la Carne y bebe la Sangre del Hijo del Hombre, no tiene vida y no puede alcanzar la Salvación (Cfr. Jn 6,53).
Son tan drásticas estas palabras de Jesús, que sus mismos contemporáneos se extrañaron e hicieron inmediatamente un comentario como reacción: “¿Cómo puede éste, darnos a comer su carne?” (Jn 6,52) ¿En qué cabeza cabe que vamos a comer la Carne del Hijo del Hombre?
No debemos olvidar lo que la carne significa, expresa la realidad total y completa de una persona. Cristo nos está diciendo que comulgar, comer su Carne y beber su Sangre, es asimilar en nosotros su misma Persona, su mismo Ser y su misma Vida. Si la Persona de Jesucristo y su Vida se asimilan, en nosotros, ¿qué puede faltarnos?
Cristo nos está hablando y reafirmando la plenitud de la Verdad, de su presencia en el pan y en el vino consagrados. De aquí podemos deducir reflexiones y consecuencias prácticas. Por ejemplo, el sentido de la Misa y de nuestra participación en ella. Mucha gente se pregunta qué sentido tiene ir a la Misa, y algunos, sobre todo jóvenes, comparan si hay una cosa más aburrida que la Santa Misa.
Otros se cuestionan sobre el valor que tiene la Misa diaria y la Misa dominical.
Si no captamos lo que en ella sucede y lo que se nos ofrece y se nos da, es obvio que no encontremos el sentido ni su razón de ser; pero si descubrimos lo que se nos presenta, podemos recibir el mismo Cuerpo y la misma Sangre del Señor Jesús y asimilaremos en nuestra propia existencia la Vida del Hijo de Dios.
En la Comunión, nosotros podemos ser asumidos en la misma vida del Hijo de Dios. “El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en Mí, y Yo en él” (Jn 6,56), dice Jesús.
Si nos damos cuenta de esto, si asumimos esto, tiene que haber consecuencias en nuestra vida diaria, al salir de la Misa, al regresar a nuestro hogar, al volver a nuestro trabajo, al ir a nuestro estudio, a nuestras actividades diarias, sabiendo que Cristo nos ha asimilado en Él y nosotros hemos asimilado a Cristo.
De todo esto, queridos hermanos y hermanas, tenemos como consecuencia obvia que lucharemos por pensar más como Cristo, por querer más las cosas que quiere y ama Cristo, y trataremos de hacer en nuestra vida diaria las mismas cosas que hizo Jesucristo, sobre todo las que tienen qué ver con el amor, con el servicio, con el interés por el que más sufre; por el amor y la lucha por la justicia, el trabajo por la paz, por la dignidad de las personas.
Si hemos asimilado a Jesucristo en nuestra vida, y si Jesucristo nos ha asimilado en Él, nuestra vida tiene que ser la de Cristo, sobre todo en nuestros tiempos, que requieren y urgen de estas realidades de nuestra Fe.
Nos quejamos, nos lamentamos y nos disgustamos por tantas cosas que no funcionan en nuestro mundo, porque nosotros no las hacemos funcionar en el Espíritu y en el Amor de Jesucristo. Si entendemos así la Eucaristía, si entendemos así la Misa, entonces no vamos a verla como un peso, como una obligación o como un momento aburrido de nuestra vida, sino que la buscaremos con interés y con alegría.

Yo los bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo

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