jueves, 6 de agosto de 2015

La insignificancia, transformada por Cristo

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Queridos hermanos y hermanas:

Al inicio del Capítulo 6 del Evangelio de San Juan, leemos el pasaje de la Biblia que narra la multiplicación de los panes.
Quiero fijarme en un solo aspecto: la insignificancia. ¿Qué son cinco panes para saciar el hambre de miles de personas? Son una insignificancia.
Pero no debemos olvidar que esta aparente insignificancia se encuentra, de repente, en las manos de Dios. Pensemos en nuestra realidad. Por ejemplo, nosotros, ante tantas fuerzas que se oponen a la Fe, ante tantos pensamientos e ideologías que se oponen al Evangelio, podemos preguntarnos: ¿Qué es nuestra voz? ¿Qué es nuestro esfuerzo para callar a la potente fuerza del secularismo? Se nos antoja que nuestro esfuerzo es insignificante, comparado con el mundo que se opone a la Palabra y al Mensaje del Evangelio.
Si lo vemos en nuestra pequeña comunidad, ¿qué somos, cuántos somos, el número de personas que, por ejemplo, frecuenta los Sacramentos, la Misa, la Palabra de Dios?, ¿qué somos estas pocas personas, comparadas con el mundo de gente que hay que atender en la Parroquia?
Nos asombramos porque se llenan los templos parroquiales el domingo, pero si hacemos números, la cantidad de feligreses que asiste a Misa los domingos es un 10%, máximo 12%, de toda la comunidad. ¿Cómo nos sentimos en la Parroquia ante tanta indiferencia de mucha gente que no le interesa ni le preocupa escuchar la Palabra de Dios ni frecuentar los Sacramentos porque tiene cosas ‘más importantes’ qué hacer? Se nos antoja que, eso que vivimos en la Parroquia, es una insignificancia.
Por eso, es importante que nos fijemos en el relato mencionado de la Palabra de Dios. Jesús les pide a sus discípulos que repartan lo que tienen, que lo repartan entre todos. ¿Qué son esos panes y esos pescados? Son nada para saciar el hambre de los que lo necesitan. El Señor les pide que se sienten en el pasto y les da de comer a todos, hasta saciarse.
Jesucristo es capaz de superar nuestra insignificancia. Es capaz de hacer abundante nuestra pobreza. Es capaz, con su Poder, de hacer que nuestro pequeño y mínimo esfuerzo redunde en bien de muchos.
De ahí que nosotros, discípulos de Cristo, lo que tenemos que despertar en nuestro corazón es la confianza, no el desánimo. No nos sintamos acomplejados por lo poco que podemos ofrecer ante el gran problema que tenemos en el momento histórico que nos ha tocado vivir.
Cuánto se desaniman, por ejemplo, los padres de familia respecto de la formación que quieren dar a sus hijos. “¿Qué puedo enseñarles yo a mis hijos?”, se cuestionan los papás, si ellos manejan Internet, manejan aparatos sofisticados… Nosotros, los mayores, ¿qué podemos enseñarles? Los papás se sienten insignificantes con relación a formar a sus hijos en los valores de la Fe y de la vida cristiana. Cuántos padres de familia, al sentir la humildad y pobreza de su esfuerzo, renuncian o se desisten. No hay que renunciar, hay que tener confianza, hay que aportar lo nuestro con voluntad y con generosidad y, por poco que sea o que parezca, si lo ofrecemos con generosidad y buena voluntad, Dios se encargará de multiplicarlo, que haga un efecto positivo en los demás.
La palabra es de aliento, de confianza, no de renuncia ni de cruzar los brazos y echarnos para atrás. Queremos confiar en el Señor, en medio del desierto religioso del mundo de hoy, en medio del sol abrazador de tantas ideologías que no dejan germinar la vida cristiana; nosotros tenemos un Pastor que nos hace reposar y multiplica nuestro esfuerzo.

Yo los bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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