jueves, 20 de agosto de 2015

“En el colmo del Misterio de la Encarnación…”

Juan López Vergara

El pasaje del Santo Evangelio según San Juan, que nuestra Madre Iglesia celebra hoy, manifiesta que Jesús representa la realidad de Dios en el mundo, por quien es necesario optar en la Fe (Jn 6, 55. 60-69).

De Dios ha venido el que nos comunica la Vida de Dios
En la última parte del discurso vemos la reacción provocada por Jesús en sus propios discípulos: “Este modo de hablar es intolerable; ¿quién puede admitir eso?” (v. 60). Los discípulos formaban parte de un grupo más numeroso que los Doce (compárese Lc 10, 1). Aquellos discípulos de Jesús lo escuchaban con avidez, hasta el punto de olvidarse de comer, pero su Maestro ahora les hacía un planteamiento “intolerable”. La traducción literal es: “duro”, “desagradable”, con el doble matiz de fantástico y ofensivo.
Alude el Evangelista al conocimiento sobrenatural de Jesús, quien los cuestionó: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?” (vv. 61-62). Jesús respetó la libertad de sus discípulos. También ellos empezaron a murmurar manifestando así su mala disposición para creer. La declaración de Jesús habla de su subida “a donde estaba antes”; es decir, al Padre (compárese Jn 17, 5). Esta subida corresponde al descenso del Hijo del hombre, que ocupa el corazón del discurso del Pan y de la Eucaristía. De Dios ha venido el que nos comunica la vida misma de Dios: “El que crea en Mí hará también las obras que Yo hago, y hará mayores aún, porque Yo voy al Padre” (Jn 14, 12).

La actuación del Espíritu
Jesús, enseguida, reveló: “El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida” (v. 63). El Mensaje de Jesús respecto del Pan Celestial manifiesta una realidad divina que sólo el Espíritu puede hacernos comprender (compárese Jn 14, 26). El Espíritu es quien da la vida, porque opera la Fe, posibilitando la recta comprensión acerca de Jesús. “Nadie puede decir: ‘¡Jesús es Señor!’, sino movido por el Espíritu Santo” (I Co 12, 3).

La gran decisión
Pero desde ese momento, muchos de sus discípulos se echaron para atrás (véanse vv. 64-66). Entonces Jesús enfrentó a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” (v. 67). Pedro tomó la palabra: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (vv. 68-69). La respuesta de Pedro consta de tres partes: una pregunta, que subraya la importancia única de Jesús; la razón de por qué no existe ya ninguna otra posibilidad: “Tú tienes palabras de vida eterna”; y la confesión de Fe: “creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”.
La expresión “el Santo de Dios” designa a Jesús como una Persona que pertenece totalmente a Dios, a la esfera de la santidad divina. Creer implica conocer: una Fe ilustrada y reflexiva.
Es imposible abarcar, con nuestra mente, tan sublime Misterio. Ante la revelación de Jesús, necesitamos hacer nuestra gran decisión: seguirlo o dejarlo.
El Santo Padre Francisco, en su Carta Encíclica sobre el cuidado de la Casa común, nos enseña: “El Señor, en el colmo del Misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia” (Laudato si’, 236).

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