lunes, 10 de febrero de 2014

Predicación y Vida

Nuestro Protomártir Mexicano, Modelo para la Juventud


sanfelipedejesus


Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


Felipe de las Casas Martínez nació en la Ciudad de México en 1572, siendo hijo de inmigrantes españoles laboriosos, honrados y muy cristianos. Fue un niño inquieto y travieso, que hacía exclamar a la criada negra de la familia, para hablar de algo imposible, que la higuera seca del patio de la casa reverdecería cuando Felipillo fuera Santo.

Entró al Convento de los Franciscanos dieguinos en la Ciudad de Puebla, pero al poco tiempo se escapó. Volvió a su casa a ayudar a su padre en el negocio de la platería y a divertirse con las posibilidades que el mundo ofrecía a un joven con dinero. Su papá, Alonso de las Casas, para alejarlo de peligros y para ayudarlo a formalizarse teniendo responsabilidades, lo mandó a las Islas Filipinas al negocio de la platería. Allá también se divertía, pero, a la vez, sentía un profundo vacío en el fondo de su alma. En medio de sus pasatiempos mundanos, tal vez oía la voz de Cristo, que muy dentro le decía: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Mt. 16,24).


Por la revancha

Ingresó de nuevo al Convento de los Franciscanos, ahora en Manila, pero ahora sí totalmente cambiado y convertido, dedicado a la oración, a la mortificación y al estudio como un Religioso ejemplar. Llegado el tiempo de la Ordenación Sacerdotal, se le concedió como un privilegio muy especial venir a México para que recibiera el sacerdocio, acompañado de sus familiares y amigos. Se embarcó para nuestro país, sólo que la nave fue arrojada por una violenta tempestad hacia las Costas de Japón, al tiempo que se desataba la terrible persecución del gobernante Taikosama. Japón, por cierto, estaba siendo misionado en ese tiempo por Religiosos Franciscanos y de otras Órdenes, procedentes sobre todo de Filipinas, con abundante fruto de conversiones. Sin embargo, la persecución, que produjo muchos Mártires, marcó también un Alto a la Evangelización de aquella nación asiática.


Valeroso y fiel testigo

Felipe fue hecho prisionero junto con los otros náufragos; pudo haber alegado su condición de náufrago y lo hubiesen dejado libre, como lo hicieron con Fray Juan Pobre y otros Religiosos, pero el joven mexicano calló su condición de náufrago en un acto valiente de decisión y de inmensa generosidad, exponiendo así, por Cristo, su vida a los tormentos y al martirio.

Le pusieron grilletes, le cortaron una oreja como a los demás prisioneros, y fue llevado con e-llos en cuerda de ciudad en ciudad para recibir las burlas de la gente. Llegaron a Nagasaki, y ahí, en lo alto de una colina, fue crucificado junto con otros Frailes Franciscanos, Terciarios Laicos y Jesuitas. Lo suspendieron de la Cruz con una argolla al cuello; lo ataron de pies y manos a la cruz, y atravesado con tres lanzas, murió diciendo: “¡Jesús, Jesús, Jesús!”

Cuenta la historia que ese mismo día de su martirio, el 5 de febrero de 1597, en el patio de la casa paterna reverdeció aquella higuera seca. Yo recuerdo, como un dato curioso, que hace ya casi medio siglo vi, en el “Patio del Centenario”, así llamado como un Museo de la Parroquia de San Felipe de Jesús en Guadalajara (inaugurado a propósito del Centenario de la Canonización del Santo Mártir), una higuera muy verde, y me aseguró el Párroco, Monseñor Rafael Meza Ledesma, que esa higuera provenía de un codo que había traído de la higuera de la Ciudad de México, precisamente la que reverdeció cuando el Martirio de San Felipe.

Fue canonizado por el Papa ahora Beato Pío IX el 8 de junio de 1862. Es Patrono de la Ciudad y Arzobispado de México, de la Juventud Mexicana y también de los Joyeros. Siempre he considerado a San Felipe de Jesús, Protomártir Mexicano, el único Santo cano-nizado que tuvimos por muchos años, como un Santo muy mexicano, y no sólo por su nacimiento, sino sobre todo por su carácter: inestable pero generoso, y arrojado a la hora de la verdad. Conociéndose a sí mismo, tal vez temió por su perseverancia en el amor y servicio de Cristo, y por eso eligió el martirio para asegurar así su salvación. Podemos decir que, como el Protomártir de la Cris-tiandad, San Esteban, también San Felipe “vio los cielos abiertos y a Jesús de pie, a la derecha del Padre” (Hech. 7,56). Mártir a los 25 años, es Modelo de la Juventud e Intercesor, ante Dios, de su Patria Mexicana.


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