lunes, 10 de febrero de 2014

La verdadera libertad

Así lo veo


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Francisco Javier Cruz Luna


“Yo, a pesar de estar preso, siempre fui libre interiormente, porque estoy bien con Dios y con mi conciencia”. Así declaraba el Maestro indígena Alberto Patishtán, quien hace algunas semanas fuera noticia en todos los Medios de Comunicación en el ámbito nacional, pues permaneció bajo las rejas por trece años a causa de una acusación infundada, que le mereciera después no sólo el indulto presidencial, sino que se modificaran las Leyes para poder concedérselo de esa manera.

Por otro lado, veíamos en la Sección de Espectáculos de un diario local, una Nota en la que se ponderaba la celebración de un Concierto de Rock al que le titulaban “de Liberación”, y del cual se afirmaba que multitudes de jóvenes, al participar en éste, habían encontrado la liberación en varios aspectos de su vida.

El Magisterio de la Iglesia Católica, por su parte, afirma que “la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión (Cfr. Ecles. 15, 14), para que, así, busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a Él, alcance la plena y bienaventurada perfección» (Gaudium et Spes, No. 17).

En esta enseñanza se encuadra perfectamente el concepto y la orientación de la libertad humana, así como su alcance salvífico, pues el constitutivo de la libertad no está en elegir un contenido contrario al fin del hombre, conocido por la razón natural y revelado por Dios, sino en una decisión propia, personal, por la que la persona busca en todas las cosas de su vida a Dios; una decisión por la que libremente el individuo se adhiere a Dios, y así realiza su ser en la plenitud a la que Dios le llama.

De ahí que queda muy claro aquello de que, en cada aspecto de nuestra vida, para que gocemos de la verdadera libertad, es preciso que se encuentre presente Dios, que lo invitemos y lo involucremos. De otra manera, y bajo la apariencia de ser hombres y mujeres de Fe, se proclama y hasta se defiende una falsa libertad, que muchas veces cae en el libertinaje. Y, escudados en él, se comete toda clase de equivocaciones, errores por ignorancia, y con ellos, tropelías, abusos y, por lo tanto, en lugar de vivir la libertad para la que nos liberó Jesucristo, se vive toda clase de esclavitudes: vicios, codicia, sexualismo, egoísmo, corrupción, etcétera.

Tengamos, pues, siempre presente, que la libertad, ante todo, es un don, el cual una vez que Dios nos lo ha dado, lo respeta al máximo, y aunque es nuestro, no podremos ejercerlo adecuada y fecundamente si no somos guiados, iluminados y fortalecidos por su Espíritu Santo.


Yo, así lo veo… Tú, ¿cómo lo ves?


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