jueves, 20 de febrero de 2014

Los cristianos, fermento de la Sociedad

Cardenal José Francisco Robles Ortega,

Arzobispo de Guadalajara


Hermanas, hermanos:


En esta ocasión quiero compartir con ustedes el hecho de que estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, siempre y cuando tengamos un corazón puro, seamos pobres de espíritu, seamos perseguidos a causa del Reino de Dios, seamos trabajadores que construyen la paz y vivamos las Bienaventuranzas de Nuestro Señor Jesucristo.

Pensemos una cosa: la luz se enciende no para iluminarse a sí misma, sino para iluminar a los que están en casa; la sal sirve no para darse sabor a sí misma, sino para dar sabor a los alimentos y para preservarlos de la corrupción. Con eso, Nuestro Señor nos está diciendo algo muy importante: que la vida de nosotros sus discípulos, siendo luz y sal, debe estar referida y repercutir en los demás. Esto que nos dice Jesús va en contra de ese marcado individualismo que se ha posesionado de la mente y del corazón de los hombres y mujeres de este tiempo. Mediante ese egocentrismo, el ser piensa solamente en sí mismo, afirmando que puede hacer de su vida lo que mejor le plazca, y que su ser y actuar nada tienen qué ver con los demás.

Así pues, lo que se haga de bien, contribuirá al bien de todos los que nos vean y nos conozcan; y lo que se haga de mal tendrá repercusiones graves en nuestro entorno, familia, amistades, y en todo el ambiente social en el cual nos desenvolvemos.

Nuestra vida como discípulos y discípulas de Cristo no puede ser indiferente. Esto deberíamos tenerlo siempre muy presente, porque de ello depende nuestra contribución al bien común, a la edificación de una Sociedad sana y limpia. Si nosotros, como discípulos de Jesús, asumimos nuestra misión de ser luz por nuestro comportamiento, de ser sal por nuestra manera de vivir, las condiciones de nuestra Sociedad tendrán que ser mejores.

Cuánta luz y sal se necesitan, por ejemplo, para mejorar el rostro de una comunidad tan grande como la nuestra. Cuánto se requiere para que cada uno de los que habitamos esta ciudad nos consideremos luz por el bien que hacemos, por la verdad que vivimos, por la justicia que promovemos, por la limpieza en las costumbres que nosotros fomentamos. Cuánto bien aportaríamos para mejorar el rostro de nuestra ciudad si nos comportásemos como luz para los demás, como sal que da sabor de bien, de verdad, de justicia, de paz, de fraternidad, y que preserva el ambiente de toda corrupción y maldad.

Muchas veces estamos solamente exigiendo, pidiendo, reclamando que nuestras Autoridades mejoren el ambiente, el transporte, la imagen de la ciudad; que la limpien de tanta basura, de tantos grafitis, y esperamos que todo venga de arriba, sin darnos cuenta de que con nuestro mal comportamiento muchos contribuimos a afear el rostro de nuestro ambiente y de nuestra ciudad. Nos comportamos con indolencia, poca civilidad, con engaños y con actitudes agresivas para los demás. ¡Ah!, y luego exigimos que reine un ambiente de pulcritud, de justicia, de paz y de seguridad. Ustedes son, dice Jesús a sus discípulos, la luz para que no haya tinieblas en el ambiente; ustedes son la sal. Pónganle, pues, al ambiente, el sabor de la paz, de la justicia, de la fraternidad, de la limpieza, de la salud. Ustedes son la sal que puede preservar de podredumbre y de descomposición el ambiente enrarecido de la ciudad.

Acojamos las palabras del Señor Jesús como discípulos que somos; vivámoslas, porque somos misioneros enviados por Él. Demos vida a su Palabra, y la única forma de hacerlo es dando buen ejemplo, amando, respetando, sirviendo a nuestros hermanos, especialmente a los que más necesitan y sufren.


Yo los bendigo en el nombre del Padre,

y del Hijo y del Espíritu Santo
.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario