lunes, 10 de febrero de 2014

¿Machismo o feminismo, o una completa igualdad?

¿Hombre contra mujer?


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Tania Arizmendi y Sandra Díaz Sánchez


¿Hombre o mujer? Basta abrir el clóset y ponerse el “traje” que prefiera. Y es que así como cambian los precios en los centros comerciales de acuerdo a los caprichos de los compradores, así masculinidad y femineidad son algunas veces ofertadas; otras, subastadas, e incluso hay ocasiones en que las declaran fuera de existencia. Todo esto, según criterios variados, ya sea del machismo o del feminismo, tal vez bajo la exigencia de una completa igualdad.

Y de pronto, un día abres el clóset y ya no hay sólo dos “trajes” disponibles, sino una amplia variedad de “géneros”, pues, a fin de cuentas, eso de nacer hombre o mujer es un hecho indiferente, es algo así como poseer un armazón anatómico; o, en otros casos, un prototipo cultural.

Mas, salgamos de este pensamiento para responder a las preguntas que no se plantean, pero cuya respuesta es necesario escuchar:


¿Es, la dualidad sexual, parte esencial del hombre? Y si lo es, ¿no viene a ser sólo una forma de complicarnos, al provocar diferencias irreconciliables?

Es importante comenzar a responder fundamentando la relación de la persona con su cuerpo. La persona es cuerpo y alma en perfecta unidad, lo cual se aprecia en la vida diaria, ya que, al sentir tristeza, algo que nos aflige en el alma, lo reflejamos en el cuerpo con llanto, por ejemplo. A. Heschel dice que “el rostro es una mezcla de misterio y significados”. El cuerpo manifiesta toda nuestra realidad como personas, “no es sólo un cajón del alma; no se tiene cuerpo, sino que se es” (Ramón Lucas Lucas, “El hombre, espíritu encarnado”). Por eso, al ver el cuerpo de una persona, no vemos algo sino a alguien.

Así, podemos darnos cuenta de que no es casualidad ser hombre o mujer, sino parte esencial de la personalidad, y una realidad que nos trasciende. La sexualidad implica un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse, de sentir, de darse y vivir el amor.

Si tratáramos de explicar la relación de hombre y mujer con un ejemplo sencillo, podríamos compararlos con dos instrumentos musicales. En una pieza musical, el hombre sería una guitarra, más fuerte y directo, y la mujer un violín, más delicada y frágil. Y, como hay diferencias reales entre hombres y mujeres, la mujer es más intuitiva, alocéntrica; su tendencia fundamental es el amor, por encima del placer. En cambio, el hombre se inclina más a obrar, indagar, escrutar, construirse una posición, un nombre; su inteligencia es más discursiva.

Ambos instrumentos antes mencionados pueden ejecutar cada una de las notas que existen, pero cada cual necesita ser ejecutado de manera distinta para emitir el sonido correspondiente, y aunque emitirá el mismo tono, si así se quiere, cada uno lo hará de una forma particular. Así mismo, hombre y mujer viven cada uno desde sus particularidades; son semejantes y pueden hacer casi todas las cosas que el otro puede, pero siempre de manera distinta, conforme a su ser femenino o masculino.


El hombre se constituye como tal frente a la mujer, y ésta se constituye como tal frente al varón

“Ninguno de los dos puede ser por sí mismo todo el hombre; ante él, está siempre la otra manera, para él inaccesible, de serlo” (Von Balthasar H. U. “Teodrammatica”, Vol. 2, Milano, 1982, Pág. 348). Somos seres sociales, y es en el encuentro del otro donde nos definimos a nosotros mismos.

La existencia de las diferencias entre hombre y mujer le recuerdan a cada uno su limitación, la cual debe llevarlos al crecimiento mutuo. Biológicamente también es evidente esta necesidad, ya que sus cuerpos, estructuralmente, están hechos para complementarse; y la fecundidad, para la perpetuación de la especie, sólo puede darse mediante la unión de ambos.

El problema es la confusión que predomina en la manera de entender estas diferencias

Se pretende manipular la esencia del ser hombre y mujer, y es así que algunas personas pretenden tocar con el arco del violín las cuerdas de la guitarra. Y sí, obtienen un sonido que les permite convencerse a sí mismas de que van bien, que es el sonido que querían obtener, pero no proporcionará el sonido que la melodía necesita.

El feminismo, en especial el feminismo radical, ha malentendido la búsqueda del reconocimiento de la mujer en la Sociedad, llevando a algunas a buscar su superación por encima de los hombres, lo que las ha conducido, incluso, a perder su propia identidad. Es así como vemos casos en que las feministas proclaman: “Yo he abortado” o “Yo he cometido adulterio”, como banderas de una supuesta libertad ante los hombres, con lo cual no logran denigrar al hombre, sino a sí mismas. El machismo, por otra parte, aunque parece no estar presente en la actualidad tanto como en años pasados, sigue evidenciándose desde los comerciales que exponen a mujeres semidesnudas para promover artículos de consumo de los varones, reduciendo así a la mujer como objeto de placer. Ambas tendencias intentan afirmar la supremacía de uno sobre el otro, eliminando la belleza que hay en la riqueza de la diversidad.

¿Cuántas veces, al escuchar la noticia de la infidelidad de un hombre hacia su novia, una amiga de ésta le dice: “Claro, lo hace porque es hombre”? ¿O al toparnos con una mujer que comete un error al ir manejando un automóvil, escuchamos: “Tenía que ser una vieja”? Éstas son expresiones simples de concepciones erróneas de masculinidad y femineidad.

Por lo tanto, en esta batalla, la verdadera heroína es la complementariedad

Y, aunque no deja de ser una ardua tarea conseguir este equilibrio, así como ejecutar una pieza musical tiene sus complicaciones y se necesita pasar por ensayo y error para encontrar la forma de acoplarse, hombre y mujer deben también ejercitarse en el reto de comprenderse a sí mismos y aceptar la necesidad mutua.

Es tiempo, pues, de comenzar el camino de regreso al Jardín del Paraíso, a la armonía natural entre hombres y mujeres, partiendo desde el lado del cuadrilátero donde nos encontremos en este momento, ya sea como luchadores activos o como espectadores pasivos.

Porque en la subasta a la que son sometidas femineidad y masculinidad, no puede haber otro ganador más que Dios

Él da a cada hombre y mujer, por sí mismos, el valor de ser reflejos de su misma perfección.


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