¿Qué es lo que mueve al Apóstol a anunciar a Jesús, a pesar de las adversidades?
Durante la primera persecución cristiana, ocurrida en Jerusalén hacia el año 34, reunidos los sumos sacerdotes Anás y Caifás, el Jefe de la Guardia del Templo, los escribas, los sanhedritas, los saduceos -el Partido de la aristocracia sacerdotal, opuesto al Partido religioso y popular de los fariseos-, los escribas y los sanhedritas, luego de mantener presos a Pedro y a Juan durante una noche, al día siguiente les ordenaron que “de ninguna manera hablasen o enseñasen el nombre de Jesús” (Hch 4,18). En respuesta, Pedro y Juan dijeron a los sanhedritas: “Piensen si Dios considera justo que los obedezcamos a ustedes antes que a Él” (Hch 4,19), y afirmaron: “Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20).
CONTEMPLACIÓN CON AMOR
¿Qué es lo que nos mueve a hablar de Jesucristo, cuando sus Apóstoles y Discípulos fueron perseguidos, apresados y martirizados? Ellos podían librarse de la muerte sólo con desconocer o denostar a Jesús; sin embargo, prefirieron morir por Él. Los seguidores de Cristo siempre han sido perseguidos, en varias regiones del mundo, en diversas épocas y tiempos, desde sus inicios en Jerusalén hasta nuestros días en China, Egipto, Siria, Irak, y en muchos otros pueblos; en persecuciones que son vividas por los cristianos con la certeza de que es ocasión de dejar un valeroso testimonio de Fe.
El Papa Francisco asegura, en el Párrafo 264 de su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, que “la primera motivación para evangelizar es el Amor de Jesús que hemos recibido; esa experiencia de ser salvados por Él, que nos mueve a amarlo siempre más. Pero, ¿qué amor es ése que no siente la necesidad de hablar del Ser Amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su Gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial”. Y agrega que “la mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón”.
Los creyentes en Cristo solemos ser cuestionados sobre lo que nos movió a lanzarnos a vivir el Evangelio, a veces por quienes comparten nuestra Fe y buscan experiencias para compartir, y otras veces por quienes, no creyendo, se sienten ofendidos por nuestro testimonio, en su ateísmo o en su apostasía.
BUSCAMOS LO QUE ÉL BUSCA
El Papa Francisco responde por nosotros, también en Evagelii Gaudium, en el Párrafo 265: “Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan: «Lo que ustedes adoran sin conocer es lo que les vengo a anunciar” (Hch 17,23). A veces perdemos el entusiasmo por la Misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones… El entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción. Tenemos un tesoro de vida y de amor, que es lo que no puede engañar, el Mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la Verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor”.
Lo que mueve a proclamar el Evangelio, como se ve, no es cosa pequeña; pero hay todavía una motivación mayor, que intensamente vibra en cada corazón: “Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que buscamos es la Gloria del Padre… Evangelizamos para la mayor Gloria del Padre que nos ama” (Evangelii Gaudium, 267). Pero aún hay algo mucho más grande que a los creyentes en Cristo nos invita, nos convoca, nos arroja con decisión y valentía a proclamar el Evangelio; se trata de la consecuencia que nos viene a todos los que en Él confiamos; se trata de un premio precioso… “Si uno confiesa a Jesús como Hijo de Dios, Dios mora en él y él en Dios”. (1Jn 4,15)
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