jueves, 7 de abril de 2016

Padres e hijos, pregoneros de la Pascua

Testigos de su Resurrección

La Iglesia celebra y participa de la alegría de su Señor Resucitado en este tiempo pascual que comprende 50 días, vividos y celebrados como un solo día, llenos de alegría y júbilo, cual si se tratara de un único día festivo, como un gran domingo.

St Raymond Feb 2014

Pbro. José Horacio Toscano González
Sección Familia

El tiempo pascual es el más fuerte de todo el año; se inaugura en la Vigilia Pascual y se celebra durante siete semanas hasta el Pentecostés. Es la Pascua (paso) de Cristo, del Señor, que ha transitado de la muerte a la vida, a su existencia definitiva y gloriosa. Es la Pascua también de la Iglesia, su Cuerpo, que es introducida en la Vida Nueva de su Señor. Es tiempo de reconocer que en la Resurrección de Jesús estamos llamados a elevarnos a la dignidad de los hijos de Dios; es el tiempo que “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los potentes”.
La familia tiene una participación eclesial propia y original: está llamada a tomar parte viva y responsable en la Misión de la Iglesia, dando en ella y en la Sociedad un testimonio creíble de vida nueva desde su propio ser, y obrar en cuanto comunidad íntima de vida y de amor.

COMUNIDAD SALVADORA
La familia cristiana está insertada en el Misterio de la Iglesia, en la vivencia de la experiencia pascual, participando, a su manera, en la Misión de Salvación que es propia de la Iglesia. Los cónyuges y padres cristianos, en virtud del Sacramento, “poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida”. Por eso no sólo reciben el Amor de Cristo, convirtiéndose en comunidad salvada, sino que son también llamados a transmitir a los hermanos el mismo Amor de Cristo, haciéndose así comunidad salvadora. De esta manera, a la vez que es fruto y signo de la fecundidad sobrenatural de la Iglesia, la familia cristiana se hace símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia. Si la familia cristiana es comunidad, cuyos vínculos son renovados por Cristo mediante la Fe y los Sacramentos, su participación en la Misión de la Iglesia debe realizarse según una modalidad comunitaria; juntos, pues, los cónyuges en cuanto pareja, y los padres e hijos en cuanto familia, han de vivir su servicio a la Iglesia y al mundo. Deben ser en la Fe “un corazón y un alma sola”, mediante el común espíritu apostólico que los anima y la colaboración que los empeña en las obras de servicio a la comunidad eclesial y civil.
La familia cristiana edifica, además, el Reino de Dios en la Historia. Es por ello que, en el amor conyugal y familiar vivido en su extraordinaria riqueza de valores y exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad, es donde se expresa y realiza la participación de la familia cristiana en la misión profética, sacerdotal y real de Jesucristo y de su Iglesia. El amor y la vida constituyen, por lo tanto, el núcleo de la misión salvífica de la familia cristiana en la Iglesia y para la Iglesia, siendo así testigos de la Resurrección.

COMPARTE Y FORTALECE
“La familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de Amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros”.
La vivencia de la Pascua en la familia cristiana ha de fortalecer y avivar la Fe, orientar al descubrimiento y admiración del Plan de Dios sobre la familia, la cual, al escuchar religiosamente la Palabra de Dios y proclamarla con firme confianza, se transforme en Comunidad de Misericordia.
En la medida en que la familia cristiana acoge el Evangelio y madura en la Fe, se hace comunidad evangelizadora. Hoy, sobre todo, tiene una especial vocación a ser testigo de la alianza pascual de Cristo, mediante la constante irradiación de la alegría, del amor y de la certeza de la Esperanza, de la que debe dar razón: “La familia cristiana proclama en voz alta, tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada”.

SIN MIEDO
En los lugares donde una legislación antirreligiosa pretende incluso impedir la Educación en la Fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa, la Iglesia doméstica (la familia) es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica Catequesis. El Sacramento del Matrimonio, que plantea con nueva fuerza el deber arraigado en el Bautismo y en la Confirmación, de defender y difundir la fe, constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo “hasta los últimos confines de la Tierra”, como verdaderos y propios misioneros del amor y de la vida; del perdón y la misericordia.

Tomado de:
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio N° 49-54.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario