jueves, 14 de abril de 2016

Mis ovejas escuchan mi voz

Juan López Vergara

Estamos celebrando el Cuarto Domingo de Pascua, y nuestra Madre, la Iglesia, coloca en el Mesa de la Eucaristía un texto evangélico breve, pero colmado de contenido, que gira en torno a la figura de Jesús como el Buen Pastor, conocedor de cada una de sus ovejas (Jn 10, 27-30).

Conocer significa amar
El Capítulo Diez del Cuarto Evangelio abarca el último discurso de revelación, insertado en polémico ambiente, con aquellos a quienes su autor denomina los “judíos”. Su temática principal la configuran las declaraciones de Jesús, referentes a las imágenes de la puerta: versos: 7-9, y del pastor: versos: 11-14.
La perícopa correspondiente a este día, comienza afirmando que Jesús dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (v. 27). El Señor identifica a los suyos como aquellos que lo escuchan y lo siguen; pero, sobre todo, como a quienes Él mismo conoce, subrayando así la vivaz familiaridad entre el Pastor y sus ovejas.
El sentido bíblico del verbo “conocer” tiene una connotación especial; significa: “elegir”, “llamar a la vida”. Lo constatamos en la vocación de Jeremías: “Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: ‘Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía, y antes de que nacieras, te tenía consagrado; Yo, Profeta de las Naciones, te constituí’” (Jr 1, 4-5). El verbo conocer implica un conocimiento vital estrechísimo, al extremo de que, en la narración de los orígenes, leemos: “Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín” (Gn 4, 1).

¡Nada puede separarnos del Amor de Dios!
Después, Jesús afirma: “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y Él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre” (vv. 28-29). La comunidad de vida con Jesús está fundada, por nuestra parte, en la escucha y el seguimiento; y por la del Señor, en su divino conocimiento: creador, vital, amable, que se caracteriza por su carácter eterno, definitivo, absoluto.
Por ello, entendemos a Pablo cuando exclama: “Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los Ángeles ni los Principados ni lo presente ni lo futuro ni las Potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).

Quien ve a Jesús, ve al Padre
El Evangelio de hoy termina con una afirmación teológica de inefable hondura, que nos invita a contemplar en actitud orante las Palabras del Señor Jesús: “El Padre y Yo somos uno” (v. 30). De donde consideramos ilustrativo meditar aquel reclamo que Jesús hiciera a Felipe cuando éste le pidió: “‘Señor, muéstranos al Padre, y nos basta’. Le dice Jesús: ‘¿Tanto tiempo hace que estoy con ustedes, y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre?’” (Jn 14, 8-9).

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