jueves, 7 de abril de 2016

Llegada, a la Casa del Padre, del Canónigo Juan Francisco Navarro

Gozoso Aleluya por Pascua florida

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Pbro. Óscar Maldonado Villalpando

De forma inesperada, el viernes 1º de abril, el Canónigo Juan Francisco Navarro Gutiérrez fue llamado por Dios a su lado. “Su partida nos hace que ya no seamos los mismos”, expresó en la homilía el señor Cura Jaime Enrique Gutiérrez Gutiérrez. La Misa Exequial se celebró en la Catedral Basílica de San Juan de los Lagos el sábado 2 de abril, a la hora de la Divina Misericordia, las 3 de la tarde.
Qué hermosa estampa, la Casa de la Madre, de “la Sanjuanita”. Ella, desde su nicho de plata; el presbiterio de mármol blanco, como la más pura ofrenda de una devoción arraigada y profunda. Y sí, como si un brillo, como si una referencia de nuestro mundo en toda esta Provincia Eclesiástica de Occidente perdiera su intensidad, así nos pareció humanamente. Sin embargo, la luz de la Fe y el gozo de la Pascua, al resplandor del Resucitado, se multiplican al brillo de este tránsito que todos estamos viviendo.

Un recto y fiel trayecto
El Padre Juan Francisco es claro ejemplo de las predilecciones divinas. Así lo dice la misma Parroquia de origen, La Capilla de Guadalupe, que lo cuenta entre los óptimos frutos de su vida cristiana. O la misma Ciudad de Tepatitlán, donde vivió aquella época preciosa de esplendor en la Fe. Como el mismo predicador dijo, allá donde, con todos los niños a coro, cantaba: “Al Cielo, al Cielo quiero ir”.
Parecería algo trivial, pero el estar bajo el cuidado de un Párroco como Monseñor Luis Navarro Romero, de Etzatlán, tierra también franciscana y espléndida en la Fe, como la Parroquia madre en Tepa -de San Francisco-, no es cosa menor; la firmeza, coherencia y fidelidad a la Iglesia, modelaron este corazón de Juan Francisco.
Ante el Señor de la Misericordia se caldeó su Fe y su vocación. No de otro modo lo manifiesta su descripción maravillosa y vívida de la sagrada imagen, como la ve la Fe del pueblo fiel, sus ojos entreabiertos que derraman ternura. Así nos dejó escrito para enriquecimiento del inmenso don recibido de vivir una devoción así, la del Cerro Gordo, la del árbol prodigioso que perfilaba la silueta de Jesús, y que, traído de la serranía, detallado prodigiosamente, se erige en centro de los amores de toda esta región alteña privilegiada. A él, como infante, correspondió recibir al primer Cardenal mexicano, don José Garibi Rivera, en aquel mesiánico Adviento en diciembre de 1958.
Un día, como tantos niños, eligió irse al Seminario de Guadalajara, la rica y añosa encina que emana dulce y rosada miel de virtudes, ideales y valores. Era una efervescencia. Tepa, Jalos, La Capilla, San Miguel, etc. Allá, fue de esos apretados contingentes de vocaciones. Para 1967 ya estaba en esa preciosa Casa del Seminario Menor, a un año de haberse estrenado ese hogar, en el edificio frente a la Capilla de ojos de ónix. Y qué alumno más alegre, de corazón llano, de sentimientos nobles, de gran compañerismo; de un lado a otro sonaban sus risas, sus diálogos. Disciplinado y servicial, allí con aquellos Superiores, el Padre Alfonso González Castellanos, su paisano; el Padre “Cossito” (Ignacio Coss y León Hernández); el Padre Enrique Trujillo Valdivia; el Padre “Chayo” (José Rosario Ramírez Mercado), etc. Y los compañeros, por popular y alegre, le asignaron su apodo: “El Tepa”.
Gran parte de su formación la cursó en las Casas del Seminario de Guadalajara. Al llegar los tiempos del Señor, se vino a su tierra, a San Juan de los Lagos, recién creada la Diócesis. Aquí fue todavía de los primeros frutos sacerdotales, de los renuevos y esperanzas. Así llegaba al Valle de Guadalupe, ya joven Sacerdote, y cómo esparció bondad en una fecunda labor pastoral, como luego en Yahualica. Y así siguió su camino por estos 38 años. Luego a nivel diocesano.

La despedida
El sábado 2 de abril, la Catedral de San Juan dejó oír un cántico de Aleluya agradecido. Presidió el Obispo Felipe Salazar Villagrana, quien lo tuvo como Vicario General y cercano colaborador en su ministerio los últimos años. Igualmente, el Arzobispo de Oaxaca, José Luis Chávez Botello, el Obispo Emérito de Saltillo, Francisco Villalobos Padilla, y un extenso contingente de Sacerdotes, compañeros y amigos, familiares y muchos peregrinos.
Qué dichoso escuchar en el recinto santo de la Madrecita querida el cántico del pueblo con “La Manda” para Ella, por esta vida a su cobijo, a su amor y a su servicio.
Una hermosa Celebración que enjugó las lágrimas de la separación con el Pregón de esta Pascua, y la proclamación que iniciara la mañana de Resurrección con el “¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? –A mi Señor Glorioso”. Así ahora, esta Iglesia en el funeral del Canónigo Juan Francisco Navarro Gutiérrez. Lo que vimos, algunos, como en la primitiva Iglesia, lo que palpamos, es justo expresarlo porque es parte del caminar de toda esta querida Provincia del Occidente mexicano, nuestra entrañable Iglesia heredera de la Nueva Galicia, que desde entonces ha sido edificada y embellecida con discípulos elegidos como el que hoy se nos separa visiblemente, pero que se nos adhiere fuertemente al corazón.

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