viernes, 22 de abril de 2016

Conocer a Jesús para desterrar la indiferencia

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas y hermanos en Cristo:

Jesucristo es el único y verdadero Pastor; pero, al mismo tiempo, es el Cordero que se inmoló, que se sacrificó por nosotros. Por eso, Dios lo resucitó y lo sentó en el Trono para siempre.
Cordero inmolado resucitado, se constituyó en nuestro único y verdadero Pastor. La figura del pastor en la Biblia es entrañable, porque es propia de la cultura del pueblo de Israel y encierra una gran enseñanza.
Dice Jesús: “Yo soy el Pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a Mí”. No debemos olvidar que el conocimiento en la Sagrada Escritura implica conocer a una persona en su más profunda esencia. Así conoce Dios a cada uno: todo el bien que hay en nosotros, pero también conoce lo que se puede anidar en nuestro más profundo interior.
Pero, también, ese conocimiento implica amor. Así como Jesucristo nos conoce a profundidad, así nos ama con un Amor infinito, perfecto, sin intereses, sin buscar la correspondencia. Dios nos ama a cada uno como si fuéramos los únicos.
¿Qué nos corresponde hacer respecto a este conocimiento y a este Amor profundo que nos da a cada uno?
La respuesta equivalente sería que nosotros luchemos, trabajemos por conocer más a Jesús el Buen Pastor; que conozcamos el verdadero sentido de su Evangelio; que conozcamos a profundidad su Palabra, y que conozcamos, con convicción, quién es Cristo para nosotros. Si Él nos conoce, debiéramos conocerlo también a profundidad, con el mismo amor que nos tiene, perseverante, agradecido, desinteresado.
El conocimiento produce amor, y el amor produce seguimiento, y si el Señor nos conoce y nos ama, si nosotros lo conocemos y lo amamos, vamos a seguirlo todos los días de nuestra vida, fielmente hasta el final, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Sin embargo, igualmente hay una consecuencia de este amor al Señor. No podemos conocerlo suficientemente si no lo reconocemos vivo y presente en la persona de nuestros hermanos, en los que están cercanos, los que no son familiares, los que son vecinos, los que son más lejanos, o que son, incluso, desconocidos. ¡Tenemos que luchar por conocernos!
Fijémonos cómo, en la Sociedad actual, se hace más hondo y profundo el desconocimiento. A veces, aunque pertenezcamos a una misma comunidad o grupo, nos desconocemos. En una gran ciudad hay sectores, barrios, colonias que nos son completamente desconocidas. Si nos son desconocidas, nos son indiferentes, y si nos son indiferentes, nos da igual que sufran, que tengan necesidad, por eso mismo, porque nos son indiferentes.
El verdadero discípulo de Jesús tiene que desarrollar el sentido del conocimiento de Cristo vivo y presente en nuestra Iglesia, en los hermanos -especialmente en los que más sufren-. No podemos seguir abonando a una Sociedad indiferente; esto nos dispersa, nos debilita. En cambio, el conocimiento y acercamiento con todos, nos fortalece como Sociedad, nos ilumina, nos inspira para dar solución a aquellos que tienen problemas serios en su existencia.
Cada uno puede decir: “Cristo me conoce mucho más de lo que yo me conozco. Y me ama”. Esto me lleva a que yo lo reproduzca en los demás, que busque conocer a los demás, y conociéndolos, los acepte, los ame y los sirva.
No podemos seguir abonando a una Sociedad cada vez más ajena de unos para con otros. Debemos buscar la integración porque todos somos hijos del mismo Padre, Dios, somos de la misma familia de Dios y, en el caso de una Sociedad mayoritariamente católica, somos discípulos de Cristo para vivir y expresar la comunión de seres amados que siguen a su Maestro, Jesucristo.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario