jueves, 12 de mayo de 2016

Las notas y el ritmo de la alegría

El leitmotiv de la familia

Cuando realizamos una introspección hacia la familia, lo primero que vemos son estas notas que hacen de ella una melodía alegre en nuestro diario vivir: los hijos. Porque ya sea que los estemos esperando, que ya los tengamos
o que nos veamos como uno de ellos, siempre seremos el leitmotiv de la familia.

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Mtro. Jorge Iván García Morando
Catedrático de la Universidad del Valle de Atemajac

El Papa Francisco nos recuerda esta alegría que de ellos emana como notas que armonizan el círculo familiar, como también el entorno social, porque son los hijos, como don de Dios, los que estrechan el vínculo de la relación amorosa entre el padre y la madre; pero también son los hijos los que mantienen el sentido de esperanza, paz y justicia para toda Sociedad que tiene puesta sus ilusiones en las nuevas y pujantes generaciones jóvenes que, por ser hijo o hija, significa llevar en sí la memoria y la esperanza de un amor que se ha realizado plenamente, dando vida a otro ser.
Basta con recordar el Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, que nos ordena honrar a nuestro padre y a nuestra madre para forjar una Sociedad con honor, porque una Sociedad que no honre a los padres, dice el Papa Francisco, es una Sociedad sin honor.

LOS ACORDES DE LA FAMILIA
Al ver las primeras notas de la familia o el vernos nosotros como hijos, de igual manera queremos armonizar nuestra condición de hermanos. Este vínculo fraterno, como leitmotiv, se encuentra en toda la Historia del Pueblo de Dios, y que el Salmo 132, 1 revela esta fraternidad: “Ved qué dulzura, qué delicia, convivir con los hermanos unidos”. Ciertamente no es una experiencia que sea privativa del lazo sanguíneo, ya que el mismo Jesús traspasó esta barrera asumiéndola en el Amor Trinitario, potenciándola, en su sentido solidario.
Sin embargo, cuando este vínculo se rompe, nuestra experiencia de vida se vuelve dolorosa y conflictiva, de tal manera que, cuando Dios nos pregunta sobre nuestro hermano, lo primero que respondemos es a la manera de Caín, “No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?”. Pensemos un poco, ¿cuántas veces y en qué momentos hemos respondido a Dios de esta manera? Por lo que no debemos olvidar que la fraternidad es un vínculo que une con fuerza nuestras historias como familia y la Historia como Sociedad; porque es mi familia, tu familia, nuestra familia, la que introduce la fraternidad en la Sociedad a través de la educación, el respeto, la solidaridad, la convivencia, el compartir, y otros tantos valores que de ella emanan.

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EL COMPÁS DE LA FAMILIA
El formar parte de una familia y el ver que ésta se inserta en una Sociedad que ha cambiado e invertido su estructura poblacional, nos exige que pensemos en dichos cambios y, sobre todo, en aquellas respuestas o soluciones con las que podemos contar para hacer frente a la inversión poblacional.
Si en décadas pasadas la base de la pirámide poblacional eran los jóvenes, ahora vemos que se ha invertido: son los abuelos los que se han multiplicado; pero nuestra Sociedad no se ha organizado para darles espacios dignos y se sigan desarrollando en plenitud. ¿Qué hemos hecho nosotros para que nuestros abuelos, como leitmotiv, lleven este compás o tiempo en nuestras familias? ¿Qué elementos de dignidad les hemos ofrecido como Familia o Sociedad?
Por ello quiero retomar las palabras del Papa Benedicto XVI: “La calidad de una Sociedad, quisiera decir de una Civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida en común”. ¿Compartimos el mismo espacio común con nuestros abuelos? Si nuestra respuesta es Sí, significa que nuestros abuelos viven con dignidad y que nos hemos negado a seguir con el ritmo de nuestra Sociedad actual, donde el anciano no tiene cabida porque “no tiene nada qué aportar”. Pero si nuestra respuesta es No, significa que ya estamos inmersos en esta Sociedad que ve a los ancianos como un estorbo, o bien, ya los hemos abandonado.
En la tradición de nuestra Iglesia encontramos una variedad de ejemplos de viejos que, con su sabiduría, están presentes en la vida activa de la comunidad. Nuestro Señor no los descarta; al contrario, les llama a seguirlo desde la ancianidad que contiene su propia vocación. Es por ello que les invito a todos los que nos “sintamos jóvenes”, a volver nuestra mirada a ellos: primero, cuando vemos que se disuelven fácilmente los vínculos, es necesario volver la mirada a nuestros abuelos, porque en ellos encontramos el testimonio de fidelidad; y segundo, cuando percibimos que en lo personal, familiar o social no hay un ambiente espiritual, es necesario volver la mirada a nuestros abuelos, porque ellos ya están en oración.
Recordemos las palabras de Oliver Clément: “Una Civilización donde ya no se reza, es una Civilización donde la vejez ya no tiene sentido. Y esto es aterrador. Nosotros necesitamos, ante todo, ancianos que recen, porque la vejez se nos dio para esto”.
Todos los que formamos parte de una familia somos la constante; es decir, el motivo central de esta gran obra que es vivir como nota musical dentro de un ámbito social, donde cada uno de nosotros armoniza con todo su ser; la gran obra que es la familia.

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