jueves, 2 de junio de 2016

Jesús aprendió de la Sagrada Escritura

Juan López Vergara

Nuestra Madre Iglesia nos ofrece para el día de hoy uno de los relatos más bellos jamás contados, exclusivo del Tercer Evangelio, que muestra la inmensa ternura de Jesús cuando resucitó al hijo único de una viuda, vecina de la Villa de Naím (Lc 7, 11-17).

LA ENTRAÑABLE COMPASIÓN DE JESÚS
Cuenta el Evangelista San Lucas que, de pronto, se interceptaron dos grupos de personas, uno que caminaba detrás de un féretro, y otro, siguiendo al Nazareno, a Jesús, el Señor de la Vida. “En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’” (vv. 11-13). Aquella madre representa a la Humanidad, que lleva su condición dolorosa. Este inolvidable pasaje ha sido calificado como un texto de “resurrección”, pero estimamos que se trata, más bien, de uno de “misericordia”, porque fue la dilecta compasión del Señor la que devolvió la vida al muchacho.

“SEAN COMPASIVOS COMO SU PADRE ES COMPASIVO”
El Señor de la Vida, entonces, se acercó y dijo: “‘Joven, Yo te lo mando: levántate’. Inmediatamente, el que había muerto comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre” (vv. 14-15). En el momento de ver a aquella viuda, Jesús sintió una profunda compasión, y le pidió que no llorara, al tiempo de ordenarle al muerto incorporarse para dárselo a su mamá. El destino de Jesús es la solidaridad de Dios con nosotros, en medio del espacio de nuestra experiencia, justo en el lugar de nuestra impotencia. Esos gestos pletóricos de Gracia son los que traslucen la dignidad, el valor y la inefable nobleza de la persona humano-divina de Jesús, quien nos pone así la muestra de ser compasivos, como el Padre es compasivo (véase Lc 6, 36).

“UN GRAN PROFETA HA SURGIDO ENTRE NOSOTROS”
Jesús emuló el proceder de sus mayores, pues Elías, después de resucitar al hijo de la viuda de Sarepta se lo dio a su madre (véase I Re 17, 23). El Evangelista anhela que nos percatemos de que Jesús se encontraba vitalmente inserto en la tradición de su pueblo, siendo la Sagrada Escritura su maestra de vida.
El relato termina con una precisión lucana sobre la reacción provocada por Jesús: “Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: ‘Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo’. La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas” (vv. 16-17). La Historia se convierte en Epifanía de Dios. El gesto de Jesús de hacer “levantar” al joven es interpretado en el sentido de que finalmente Dios se ha decidido a liberar a Israel. Detrás de la resurrección del muchacho entrevén la resurrección de Israel.

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