jueves, 9 de junio de 2016

Obras son amores y no buenas razones

Juan López Vergara

En el Santo Evangelio de hoy, nuestra Madre Iglesia nos participa en la Mesa de la Sagrada Eucaristía un inolvidable pasaje de la vida del Nazareno, revelador del carácter incondicional y absoluto del perdón de Dios, ofrecido en y por el Señor Jesús (Lc 7, 36 – 8, 3).

“HAZ JUZGADO BIEN”
La escena comienza con la aceptación de Jesús para ir a un banquete, donde, inopinadamente, una mujer, pecadora acreditada, se coló (véanse vv. 36-37). Aquella mujer mostró su confianza en el Señor con inefable ternura, no mediante palabras, sino a través de una serie de simbólicos gestos: “Se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies, los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume” (v. 38).
El anfitrión, entonces, realizó un severo juicio en contra de su invitado, diciendo para sí: “Si este hombre fuera un Profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora” (v. 39). Con su peculiar estilo, Jesús se defendió proponiéndole una Parábola: “Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?” (vv. 40-42). Contestó Simón: “Supongo que aquél a quien le perdonó más”; respuesta que Jesús ratificó: “Has juzgado bien” (v. 43).

“VETE EN PAZ”
El Evangelista describe que Jesús, fijando su mirada en la arrepentida mujer, ofreció a su anfitrión una ilustrativa comparación sobre el proceder de dicha mujer y el del propio Simón, a quien le dijo: “Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume” (vv. 44-46). Jesús brindó su perdón a la mujer, porque había mostrado mucho amor (véanse vv. 47-48).
De ahí que la concurrencia se preguntara: “¿Quién es éste, que hasta los pecados perdona?” (v. 49), pues el perdón es prerrogtiva divina. Semejante declaración significaba que Jesús pretendía, y así lo comprendieron sus adversarios, situarse en el lugar de Dios. El relato concluye cuando el Señor despidió a la mujer con esperanzadoras palabras: “Tu Fe te ha salvado; vete en paz” (v. 50).

JESÚS, SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA
En esta escena se descubre la particular composición del Evangelista San Lucas, pues en un conocido género helenístico (de estilo griego), presenta a Jesús dictando un discurso ambientado en un simposio, en el que aparece como el mismísimo Sacramento del Padre Misericordioso, al motivar a aquella mujer a manifestar su amor y confianza en Él, no con palabras, sino con amables gestos, que dejan traslucir su conversión; de donde concluimos que: “Obras son amores y no buenas razones”…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario