jueves, 9 de junio de 2016

Hacen falta puentes de comunicación

Para la paz y el desarrollo

Alocución del Periodista y Académico Juan Carlos Núñez Bustillos al recibir el Premio Católico al Comunicador “José Ruiz Medrano”, otorgado por la Arquidiócesis, el viernes 20 de mayo:

Las palabras comunicación, común y comunidad tienen la misma raíz; son palabras hermanas que implican, todas, una fuerte interrelación en el ámbito de lo humano. La comunicación nos permite disponernos con y hacia los demás; crea comunidad, permite establecer vínculos. Una comunicación deficiente, por el contrario, fragmenta a la comunidad, lo mismo a una pareja que a una familia o a todo un país.
Nuestras comunidades se rompen. La violencia en México desgarra al país y crea profundas heridas que no será fácil sanar. Apenas el domingo pasado escribí una Columna periodística en la que recordaba que en los primeros tres meses de este año se registró en el país un promedio de 54 asesinatos por día. Esos son los registrados, porque no dejan de aparecer, semana a semana, fosas clandestinas con decenas de cadáveres. Con profundo dolor, miles de personas buscan a sus familiares que un día salieron, para no volver. Hay más de 27 mil personas desaparecidas. En ocho meses se sumaron 1,704 casos más; un promedio de poco más de siete desaparecidos por día.
En un estado de derecho sumamente vulnerado, donde la justicia se imparte mal y tarde, en el que impera la ley del más fuerte, en el que la impunidad ocurre en más del 90 por ciento de los casos, la violencia florece.
Los muertos, los desaparecidos, son los casos extremos, pero la violencia está presente en todos los ámbitos de la vida: en las familias, en las escuelas, entre vecinos, en las calles. Nos hemos acostumbrado a ella y, lo que es peor, también la ejercemos. No requiere ser una violencia física. Ejercemos la violencia cuando, desde una posición de fuerza, imponemos nuestra voluntad sobre la voluntad de las otras personas.
La violencia no es un problema de buenos y de malos, como suele escucharse incluso en los discursos oficiales. No responde exclusivamente a la maldad personal de ciertos individuos, aunque, por supuesto, no puede obviarse la libertad personal.
En su más reciente visita a México, el Papa Francisco dijo: “Desgraciadamente, el tiempo en que vivimos ha impuesto el paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales. La mentalidad reinante en todas partes, propugna la mayor cantidad de ganancias posibles a cualquier costo y de manera inmediata”.
Un sistema económico que privilegia a unos pocos y descarta, a las mayorías; una Sociedad en la que el bien común deja de ser el objeto de la política para convertirse en la lucha por los privilegios de camarillas, sin oportunidades suficientes para los jóvenes; en la que el medio ambiente es visto como propiedad privada que puede explotarse en provecho de unos pocos, y no como la casa de todos; una Sociedad en donde todo es desechable, hasta las personas, es una Sociedad que propicia la violencia.
Vivimos en la cultura de la estridencia y de la crispación. Hemos olvidado el valor del silencio y de la escucha. Todos queremos hablar, pero pocos estamos dispuestos a escuchar. Aprendemos, en cambio, que hay que gritar, especialmente si estamos frente a quien piensa diferente. Las palabras que pronunciamos, no sólo dicen; también hacen. Con frecuencia, en lugar de servir para acercarnos al prójimo, nos alejan cada vez más, ahondan las distancias y fragmentan los vínculos.
Frente a este desolador contexto, la tentación es caer en la desesperanza. Pero la resignación no es opción ni para las Iglesias ni para los Comunicadores que creemos en las posibilidades que nos da la palabra.
Las Iglesias y los Comunicadores tenemos esa responsabilidad de fortalecer los vínculos y de hacer comunidad. Mi querido Maestro Javier Darío Restrepo insiste en que los Periodistas tenemos que ejercer un Periodismo de futuro. No se trata de escribir Ciencia Ficción, sino de no quedarnos en contar lo que pasó; de explorar con rigor cuáles pueden ser las posibles salidas a los problemas que nos aquejan.
El Papa Francisco, en su Mensaje con motivo de la 50ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, dice: “La Comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la Sociedad. Es hermoso ver personas que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz y armonía. Las palabras pueden construir puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos. Y esto es posible tanto en el mundo físico como en el digital. Por tanto, que las palabras y las acciones sean apropiadas para ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las condenas y las venganzas, que siguen enmarañando a individuos y naciones, y que llevan a expresarse con mensajes de odio. La palabra del cristiano, sin embargo, se propone hacer crecer la comunión e, incluso cuando debe condenar con firmeza el Mal, trata de no romper nunca la relación y la comunicación”.
Tenemos, Religiosos y Comunicadores, la oportunidad de comunicar la Buena Noticia, la Esperanza, y no con ingenuidad, sino con un trabajo que nos ayude a tejer esos puentes derruidos, que tanta falta nos hacen.
Recientemente, tuve la oportunidad de conocer el trabajo de dos jóvenes Sacerdotes Jesuitas: Gabriel Mendoza y Jorge Atilano González. Ellos tienen la encomienda de analizar el fenómeno de la violencia; pero, sobre todo, de buscar salidas. Estudiaron 14 casos en diversas regiones del país. Su conclusión es clara. La violencia no es la causa de la fragmentación del tejido social. Es, por el contario, la fragmentación del tejido social la que origina violencia.
Cuando en una comunidad se rompen los vínculos, se diluye la identidad y se pierde la capacidad de construir acuerdos; se fragmenta el tejido social. Dicen estos dos Sacerdotes: “La reconstrucción del tejido social es nuestra apuesta por la paz. No entendemos la paz como la suspensión definitiva del conflicto y la violencia, sino como resultado de un proceso de reconstitución social que pasa por el restablecimiento de los vínculos sociales, del derecho, de la justicia social y de la creación de condiciones culturales, ambientales y estructurales para la buena convivencia. La paz es fruto del buen convivir en justicia, seguridad y cuidado con los demás y con la Naturaleza”.
No es utopía. Ellos han elaborado una propuesta concreta que están ya trabajando con Párrocos y Comunidades en algunas zonas. No son los únicos. Religiosas y Religiosos, educadores, ciudadanos organizados, artistas, grupos de mujeres y de jóvenes, periodistas, trabajan todos los días, sin reflectores ni aspavientos en la búsqueda de la paz. No es fácil. El Papa nos advirtió en Morelia: “Frente a esta realidad, puede ganarnos una de las armas preferidas del Demonio: la resignación”. Se requiere mucho trabajo y también mucho valor; pero, sobre todo, la voluntad de no resignarnos a vivir en la desolación de la violencia. En muchos lugares del mundo y de la Nación, hay muestras de que es posible avanzar. La Iglesia y los Comunicadores compartimos esa responsabilidad.
A pesar del dolor, a pesar de la desesperanza, a pesar del miedo, no nos resignemos; comuniquemos la Buena Noticia, trabajemos por hacer de la Comunicación una manera de reconfigurar a nuestras comunidades heridas. Muchas gracias.

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