jueves, 21 de julio de 2016

Mirada al otro con los ojos de Jesús

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Apreciadas hermanas y hermanos:

La hospitalidad es la disposición de recibir y de atender a todos los que nos visitan, y a quienes encontramos en el camino de la vida.
Para entenderla mejor nos fijamos en las actitudes de dos mujeres que nos presenta el Evangelista San Lucas: Marta y María. Marta representa la atención al trabajo. María representa la contemplación, la escucha de lo que Jesús dice.
Ambas actitudes no se oponen porque, como dice el mismo relato, en último término las dos van encaminadas a darle a Jesús una buena recepción y un buen trato. Estas dos actitudes se complementan, pero dándole prioridad a la de María.
Cuando se interioriza, desde la intimidad del pensamiento y del sentimiento, se descubre la dignidad de la persona que nos visita, por lo que los actos externos brotan espontáneos y naturales. Lo demás puede quedar en algo superficial.
Dios sale a nuestro encuentro en cada persona que viene a visitarnos o en quien nos vamos encontrando en el camino de la vida, para que desarrollemos una visión interior desde la Luz de la Fe, para descubrir que en cada persona que viene a vernos, a pedirnos, a platicarnos, a compartirnos, Dios está presente.
Debemos descubrir en cada uno qué quiere decirme. Si desarrollamos esa actitud interior de descubrir a Dios vivo y presente en quien viene, desarrollaremos una actitud de escucha, de apertura, incluso de aprendizaje.
Sin embargo, si no desarrollamos primero esa visión, a lo mejor, inmediatamente, vamos a tomar la actitud de Marta; es decir, tomar lo primero que nos distrae; entonces, nos perdemos la posibilidad de descubrir y de oír a Dios en el otro.
Podríamos decir: ¿Y cuándo se me da esa oportunidad, si a mí nadie me visita más que la misma gente, la misma parentela? También con ellos y, a veces más con ellos, hay que desarrollar un sentido de Fe, de caridad, y fraternidad.
Cuánta dificultad tienen algunas personas de recibir en su casa a algún pariente político, por ejemplo a la suegra. Algunos dicen: ‘Yo recibo a todo mundo, pero no a mi suegra’. Vemos, entonces, cómo sí se nos ofrece la posibilidad de recibir en el otro al mismo Dios que viene, que de momento se nos hace incómodo y no sabemos qué hacer.
Si interiorizamos y vemos con los ojos de la Fe a la persona que viene, por más desagradable o incómoda que nos sea, quizás vamos a sacar una luz de ella. Veremos, tal vez, a una persona más carente que yo de afecto, de atención, de tener con quién compartir.
Si descubrimos así la presencia de Dios en quienes vienen a nosotros, o los encontramos en el camino, lo que nos va a quedar va a ser una bendición. Si nosotros acogemos al otro como si recibiéramos al mismo Dios, lo que va a quedarnos es una infusión de vida.

Yo los bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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