jueves, 21 de julio de 2016

Coronamiento de una entrega amorosa a la Comunidad de la Parroquia de La Santa Cruz

“Demos gracias al Señor, porque es bueno; porque es eterna su Misericordia…” (Sal 1,1)

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Los integrantes de la familia parroquial de La Santa Cruz hacemos nuestras las palabras del Salmista para agradecer a Dios la Gracia de que, hace dos años, fue enviado hasta nosotros como Vicario, el Padre Daniel Guadalupe Jiménez Cortez, y que nos ha mostrado con su ejemplo cuáles deben ser nuestras prioridades como Iglesia: dar culto, adorar, alabar y bendecir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Mediante los hechos cotidianos de su vida, nos recuerda que aquí, en la Comunidad Eclesial, es donde se produce el encuentro más pleno con Dios. Aquí, el Señor la enriquece por medio de su Palabra y de sus Sacramentos. Aquí, somos atraídos por su Amor que nos sana y nos transforma.

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¡Tenemos tantos motivos para dar gracias a Dios!
Durante estos dos años, usted no ha escatimado esfuerzos para acercarnos más a Cristo, para proclamarlo Vivo y Resucitado, el único que puede dar sentido y plenitud a nuestra vida, y lo ha hecho siempre desde el silencio, desde la oración, desde la entrega personal, desde la constancia, desde la austeridad de vida…
Desde la confianza en Dios; pero también, en justo equilibrio, a través de su palabra, en las Misas, en las Catequesis, en las reuniones, con los niños…
Como un buen Padre, celoso por todos y cada uno de sus hijos a él confiados, no ha regateado tiempo a quien lo ha necesitado.
Gracias, Dios, por hacer que nuestro Vicario, el Padre Daniel, nos haya acompañado en nuestro camino espiritual, en tantos Movimientos y Grupos que hay en nuestra Comunidad, porque con ello ha hecho posible que el fuego
del apostolado haya estado siempre vivo en nuestra Comunidad.
Gracias por ese amor y delicadezas con el Buen Jesús, por su amor a Jesús Sacramentado.
Como Comunidad, comprendimos que se parece tanto a nosotros, y a la vez somos tan diferentes. Tiene usted algo de sagrado, un Cristo metido en su alma, que nos ve a través de ustedes los Sacerdotes y nos bendice y nos perdona.
Pensamos, también, en su gran lucha espiritual. Son los más atacados y golpeados por los que no los comprenden, por los que hablan mal de ustedes; pero esa situación, de ninguna manera, es nueva: Ya la anticipa el Sirácide, cuando advierte: “Hijo mío, cuando te acerques a servir al Señor, prepárate para la prueba; mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes cuando te sobrevenga una desgracia… (Si 2,1 -2)”
Gracias, Padre Daniel, por siempre tratar de construir una “Comunidad fraterna en Cristo, en la cual, por encima de todo, se busque y se ame a Dios”.
Como alguna vez usted nos dijo, el signo por excelencia, dejado por el Señor, es el de la fraternidad autentica: “En esto reconocerán, todos, que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13,35).
La reconciliación es una prioridad para nuestra Comunidad. Tenemos demasiadas divisiones y, a veces, el rencor dificulta el perdón y la
reconciliación. Como decía San Agustín, la paja de la ira se convierte en la viga del odio.
No puede haber verdadera alegría comunitaria si no hay lugar para el perdón. La reconciliación es necesaria para vivir con autenticidad la Fe en Jesucristo.
Gracias, Padre Daniel, en nombre de toda la Comunidad de la Parroquia de La Santa Cruz, y en especial de los enfermos y ancianos, a quienes les hubiera gustado mucho estar hoy aquí presentes, aunque no han podido venir, pero lo están con el corazón.
Y le decimos: no estará solo; siempre le llevaremos en nuestro corazón. Le deseamos lo mejor en su nuevo destino.
¡Qué suerte tiene la Comunidad de Nuestra Señora de Fátima de tenerlo hoy como su Cura Párroco!
Que Dios le Bendiga y la Virgen le cubra siempre con su manto.

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