viernes, 20 de septiembre de 2013

Predicación y vida

Las imágenes sagradas


Un tema de gran importancia en la Historia de la Religión y siempre actual.

En el Antiguo Testamento, Dios prohibió terminantemente a su pueblo Israel fabricar toda suerte de imágenes: “No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los Cielos ni de lo que hay abajo en la Tierra…” (Ex. 20,4). Su prohibición tenía dos motivos: uno, infundirle profundamente a su pueblo la idea de que Dios es Espíritu, sin nada material, y la segunda, evitarle el contagio con los pueblos vecinos politeístas, que adoraban estatuas de hombres y de animales, en las que materializaban la realidad de sus dioses.

El Islam, nacido al principio del Siglo VII por obra de Mahoma, mezcla de religión judía y de religión cristiana, también prohibió cualquier representación de la Divinidad. Si se visitan algunos de sus palacios o hermosas mezquitas, se verá que están profusamente decorados, pero sólo con plantas, flores y figuras geométricas.


Nuestra tradición

Cristo en TlachichilaYa en la historia del Cristianismo, a partir del año 726 y por más de un siglo, se desató en el Oriente una persecución iconoclasta que destrozaba las imágenes y hacía mártires a quienes les daban culto, con el pretexto de que eso era idolatría y tal vez, también, para atraer a la Fe cristiana a los muchos judíos y mahometanos que vivían en los amplios territorios del imperio bizantino. Hubo destierro, mutilaciones y martirio de muchos católicos, especialmente de los Monjes, que fueron los que más resistieron la persecución.

De nueva cuenta, y a partir del Siglo XVI, los protestantes en general y sobre todo los calvinistas, negaron y siguen negando el culto a las imágenes, por considerarlo idolátrico.

Por el contrario, la Iglesia Católica siempre ha practicado y defendido el culto a las imágenes. El Concilio Ecuménico II de Nicea, en el año 787, enseñó y proclamó la licitud del culto a las imágenes de Dios y de los Santos, a las que se les debe “respeto y veneración, pero no culto de adoración” (dulía), que se reserva sólo a Dios. La razón de esta práctica se funda en que, a partir de la Encarnación de Cristo, Dios ya no es invisible, sino que se ha hecho visible en Cristo, Dios y hombre verdadero. San Pablo dice: “Él es la imagen de Dios invisible” (Col. 1,15), y Jesús le dice a Felipe: “Quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn. 14,9)”.

Con todo, no puede negarse que muchos católicos, por ignorancia o por comodidad, exageran y generan una especie de idolatría en el culto que rinden a las imágenes sagradas, lo cual da pie a que los hermanos separados nos tachen a todos de idólatras. Y es que algunos centran su veneración exclusivamente en la imagen como tal, sin pensar que es mera representación, y por tanto, sin elevar el corazón y la mente a Dios y a los Santos que allá en el Cielo se encuentran.

Aquí en la Tierra, la única presencia real es la de Cristo en la Santísima Eucaristía, tal como nos lo enseña la Fe. Ahí está Él, vivo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, tal cual está en el Cielo. Por ende, todas las imágenes, por antiguas y veneradas que sean, son meras representaciones que no deben impedirnos, sino llevarnos a lo que nos representan.


Los excesos y extremos

En este campo se peca por demás como por de menos: hay católicos que se centran en las imágenes sagradas como tales y se olvidan de Cristo, de la Virgen o del Santo que representan; veneran esas imágenes en su materialidad, mas no se preocupan de escuchar la Palabra de Dios, guardar sus Mandamientos, frecuentar los Sacramentos, sino que todo lo esperan de la imagen.

Por el contrario, hay católicos que prescinden casi o totalmente de las imágenes sacras; al cuello llevan un amuleto o un símbolo profano; y si gozan de buena posición económica, para parecer cultos, tienen en sus casas obras de arte o réplicas de obras famosas. Los hay que coleccionan Crucifijos como antigüedades, o imágenes sagradas de pintores famosos, casi siempre robadas de los templos, si no ahora, en otros tiempos. Y en la habitación de los jóvenes, por lo general, no hay ninguna imagen sagrada, sino carteles de ídolos de cine, espectáculos o deportes. Ciertamente, en muchos talleres y fábricas casi nunca falta una imagen de la Virgen de Guadalupe, pero al lado está un póster pornográfico, testimonio elocuente de la ignorancia e incoherencia religiosas.

Asumidas en su justa dimensión y significado, las imágenes sagradas nos representan y recuerdan nuestra Fe; son una catequesis intuitiva, nos elevan el espíritu, nos mueven a la oración y ahuyentan los malos espíritus, sobre todo las imágenes de Cristo Crucificado y de la Virgen María.

Que no falte, pues, en ningún hogar católico y en cada habitación, sobre todo en la de los niños, alguna imagen de Cristo, de la Virgen o del Santo de la devoción de la familia. Nunca se ha borrado de mi recuerdo lo primero que comencé a ver cuando niño en la sala de mi casa, que eran las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús, de la Virgen de Guadalupe y de Santa Teresita del Niño Jesús, a quienes he tenido devoción toda mi vida.


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