Daniel León Cueva
Éste era el lema, el grito que a voz en cuello pregonaban los católicos mexicanos ante la Persecución Religiosa, primero mediante el civilizado reclamo, luego a través de firmas dirigidas al Congreso y al Ejecutivo, y después defendiendo la Causa, de manera valiente y heroica, por la vía de las armas.
Da escalofrío contemplar este testimonio, enmarcado para que se avive la memoria y el reconocimiento de gratitud y admiración. Se trata del Lábaro que enarboló en los campos de batalla el Regimiento de Caballería de Los Altos de Jalisco. Todavía, entre los pliegues, se advierte la huella de la sangre y el sudor de los bravos Cristeros… Seguramente también salpicaron lágrimas de angustia y ardor, o de alegría por tantas lides victoriosas.
Y, al centro, obviamente, la Evangelizadora de nuestra Patria, Santa María de Guadalupe; la misma que fue invocada por el Cura Miguel Hidalgo para abanderar la Causa de la Libertad de la Nación, y otra vez, un siglo después, aclamada como Protectora de la Fe, lo mismo por parte de los esperanzados pacíficos, que por los indomables insurrectos.
(La Bandera perteneció un tiempo, como venerable herencia, al Padre Nicolás Valdés Huerta, acucioso Investigador e Historiador de La Cristiada, quien antes de morir la cedió al Escritor y Periodista Luis Sandoval Godoy, también Especialista en ese Tema, y a quien debemos la cortesía).
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