jueves, 5 de septiembre de 2013

Es Cristo quien vive en mí

Juan López Vergara


El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia dispone en la Mesa de la Eucaristía para el día de hoy, anuncia las exigencias que implica el seguimiento del Señor Jesús, las cuales no son fáciles de comprender y mucho menos de vivir (Lc 14, 25-33).


Jesús exige el primer puesto en nuestro corazón
Jesús, de camino a Jerusalén, con insólita espontaneidad, advierte: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre o a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (vv. 25-27). El texto griego, en realidad, habla de ‘odiar’, lo que, de acuerdo a la manera oriental de expresarse, significa poner algo en segundo lugar. Para seguir a Jesús, por lo tanto, es imprescindible un desprendimiento absoluto e inmediato (compárese Lc 9, 57-62). Jesús propone a sus discípulos un amor jerarquizado en el que Él ocupe sin distinción alguna el primer sitio en nuestro corazón.


El que no renuncie a todo…

Este desprendimiento, que nos exhorta a calcular los costos del compromiso que implica el seguimiento del Señor, aparece ilustrado en el Evangelio mediante un par de breves Parábolas. La primera trata de un hombre que decidió construir una torre, pero como no hizo los presupuestos pertinentes, no pudo concluirla, convirtiéndose en la burla de sus vecinos (véanse vv. 28-30). La segunda cuestiona: “¿Qué Rey que va a combatir a otro Rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz” (vv. 31-32). Y termina con una clara sentencia: “Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (v. 33).

Tan sorprendente exigencia, Jesús la dirige a todos, sin excepción. Esta demanda es muy difícil de comprender, y más aún de asumir, pero debemos incorporarla lealmente en nuestra vida. Ya en la Primera Lectura se aludía a la dificultad de conocer el Proyecto Divino: “¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios? ¿Quién es el que puede saber lo que el Señor tiene dispuesto?” (Sb 9, 13).


Una nueva relación

Ni los vínculos familiares ni las pose-siones ni la propia vida deben ser obs-táculo en la determinación absoluta del seguimiento del Señor Jesús, que origina una nueva relación que compromete todo cuanto comprende nuestra existencia humana.

Nada, pues, debe escapar al influjo que Jesús ejerza sobre nuestro compromiso de discípulos. Esta determinación, aceptada libremente desde lo más profundo de nuestro corazón, al igual que a San Pablo, nos llevará a confesar: “Estoy crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2, 20).


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