jueves, 5 de septiembre de 2013

Predicación y vida

El provecho de leer la Biblia


Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


santa-bibliaSeptiembre es el Mes de la Biblia en honor a San Jerónimo (340-420), que pasó los últimos 35 años de su vida en la Gruta de Belén, donde nació Jesús, dedicado al estudio de las Sagradas Escrituras, que traduciría íntegras al latín, de sus originales textos en hebreo y griego. Su Fiesta se celebra el 30 de septiembre.

Los católicos solemos leer muy poco la Biblia. Serán contados los que la hayan leído toda entera siquiera una vez en la vida; más aún, serán contados los que hayan leído, al menos, el Nuevo Testamento. En las Primeras Comuniones o Confirmaciones suele regalarse una Biblia a los ahijados, pero no para leerla, sino para guardarla como un recuerdo. En esto nos aventajan y nos dan ejemplo muchos de los hermanos separados, que son asiduos lectores de la Palabra de Dios.

En orden a estimular a los católicos a leer la Sagrada Escritura, les ofrezco a continuación seis consideraciones:

1) Hay que leerla, porque es Palabra de Dios, que se ha dignado hablar al hombre: antiguamente, por medio de los Patriarcas y los Profetas, y en la plenitud de los tiempos, por medio de su Hijo Jesucristo.

2) Hay que leerla, porque la Palabra de Dios es el lugar privilegiado del encuentro con el Dios vivo, inicio de nuestra Fe y de nuestra Salvación; porque cuando lees la Palabra de Dios sientes su presencia muy dentro de ti, iluminando tu mente y dando paz y sosiego a tu corazón. No leerla es despreciar la Palabra de Dios y a Dios mismo, que nos habla y no le hacemos caso. Leerla es saber de Dios y de su designio de Salvación en favor nuestro. Leerla es entrar en diálogo con Dios mediante la oración, pues a la lectura debe acompañar como respuesta la oración del creyente, porque, como dice el Concilio Vaticano II: “A Él hablamos cuando oramos; a Él oímos cuando leemos los oráculos divinos” (D. V. 25).

3) Hay que leerla, para saber de Nuestro Salvador y de nuestra Salvación, pues como dijo San Jerónimo: “La ignorancia de las Escrituras es ignorancia acerca de Cristo”. En la Sagrada Escritura no se busca otra cosa que a Jesucristo; Él es el centro de la Revelación. El Antiguo Testamento lo anuncia y prepara su venida; el Nuevo Testamento lo presenta en su Persona, su Doctrina y su Obra de Salvación. Cristo es el único Salvador de toda la Humanidad, es un regalo que el Padre nos hace para que conozcamos al Dios, Uno y Trino, porque de este Misterio sabemos por Cristo, que nos lo ha revelado.

4) Hay que leerla a la luz del Espíritu. El Autor principal de las Sagradas Escrituras es el Espíritu Santo; los muchos autores humanos de los distintos Libros que componen la Biblia escribieron bajo la inspiración del Espíritu Santo, que respeta la lengua, el estilo y hasta las imperfecciones gramaticales de los amanuenses (así se les llama a los autores humanos de la Escritura), pero garantiza la verdad de lo que escriben como Palabra de Dios, en orden a nuestra salvación. Porque la Escritura no es un libro de ciencias; su contenido es darnos a conocer el Plan Divino de Salvación en Cristo. Por lo tanto, debemos adentrarnos en la lectura de la Palabra de Dios con recogimiento y con docilidad al Espíritu, que nos enseña internamente. Dice el Concilio Vaticano II: “Leerla (la Escritura) con el Espíritu con que fue escrita” (D. V. 12).

5) Hay que leerla en la Iglesia; es decir, bajo la guía y enseñanza de la Iglesia, que recibió de su Fundador el encargo de custodiar la Palabra de Dios, de interpretarla debidamente y de enseñarla con fidelidad, asistida ella misma por el Espíritu Santo. Se trata de la autoridad doctrinal de la Iglesia, recibida de Cristo, que dijo a sus discípulos: “Enséñenles a guardar todo lo que Yo les he mandado”, y al mismo tiempo les prometió el Espíritu Santo de verdad: “Tengo muchas cosas que decirles ahora, pero no pueden comprenderlas. Cuando venga el Espíritu Santo, Él les enseñará todo cuanto Yo les he dicho”. La interpretación personal de la Biblia, el “libre examen”, llevó a Lutero y a sus seguidores a las más diversas y variadas interpretaciones de la Palabra de Dios y, en consecuencia, a infinidad de grupos y sectas que se dividieron y siguen fraccionándose hasta el día de hoy. Y no es que la Iglesia esté sobre la Palabra de Dios, sino que está al servicio de la Palabra de Dios para interpretarla debidamente, enseñarla con fidelidad y garantizar así la unidad del creyente en una misma Fe.

6) Hay que leerla para vivirla. La Sagrada Escritura no es un Libro de Ciencias Naturales, de Historia o de Geografía; tampoco es una Filosofía o un sistema abstracto de verdades, sino la Revelación de Dios que te dice Quién es Él, quién eres tú, qué quiere para ti, y qué quiere de ti; esto es, que creas en Jesucristo su Hijo Único, que guardes sus Mandatos como prueba de amor verdadero y condición indispensable para alcanzar la vida eterna.

Ojalá todos los católicos dedicaran siquiera un cuarto de hora cada día a leer, en espíritu de recogimiento y oración, la Sagrada Escritura. Sería la luz de su camino y el alimento de su espíritu.


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