Cardenal Juan Sandoval Íñiguez
Arzobispo Emérito de Guadalajara
A partir del 4 de octubre, y durante tres semanas, el Papa Francisco se encuentra reunido en Roma con una representación del Episcopado universal, con Teólogos, Consultores, Matrimonios e invitados, en el Sínodo Extraordinario sobre la Familia.
Habrá y ha habido noticias en los Medios de Comunicación de todo el mundo, preferentemente, sobre algunos tópicos que llaman la atención, levantan polémica o crean expectativas falsas: el ‘matrimonio’ de personas del mismo sexo y su pretendido derecho a adoptar; la despenalización del aborto; el permiso del divorcio, etcétera, creando, como dije, falsas expectativas de que la Iglesia cambie su postura y “se ponga al día”.
UNIFORMIDAD NO, PERO SÍ UNIDAD
Hay que tener claro que el Sínodo no se limita a tratar estos temas, sino que se ocupa de una consideración amplia sobre el Matrimonio y la Familia, en sus aspectos teológico, moral, sociológico, psicológico, la educación humana y cristiana de los hijos, así como la respuesta a los desafíos del mundo actual y a los ataques orquestados por la cultura de la muerte contra la Familia. Todo esto, en orden a brindar orientaciones pastorales pertinentes en bien del ser y quehacer de la Familia cristiana.
En el Sínodo no hay “línea”; cada quien es libre de opinar, bajo su responsabilidad. Por eso, puede suceder que haya voces discordantes, incluso contrarias a la Doctrina de Fe y a la Moral; voces que encontrarán, seguramente, eco en los Medios de Comunicación.
No debemos escandalizarnos de que gente de Iglesia, incluso altos dignatarios, resulten con opiniones peregrinas, puesto que, al fin y al cabo, en la Historia de la Iglesia las herejías y cismas no han venido de gente de fuera, sino de gente de dentro de la misma Iglesia: Obispos, Teólogos, Monjes, como Pelagio, Arrio, Martín Lutero, entre otros.
DERECHO DIVINO Y MISERICORDIA
Es muy cierto que el Santo Padre Francisco es bondadoso, comprensivo, inclinado a la misericordia y dispuesto a conceder lo más que se pueda, con tal de atraer a los alejados de la Iglesia.
Criterio fundamental es tener en cuenta que, lo que sea disciplina eclesiástica, el Papa lo puede cambiar, como lo ha hecho, por ejemplo, al simplificar el Proceso Canónico para declarar la Nulidad del Matrimonio, o al conceder a todos los Sacerdotes del mundo, en el Año de la Misericordia, que comenzará el 8 de diciembre próximo, la facultad de absolver del pecado de aborto o de levantar la excomunión.
Más aún, si el Papa quisiera, podría suprimir la pena de excomunión para ese pecado tan tremendo del aborto. Pero no lo ha hecho; sólo ha dado facultad de absolverlo a todos los Sacerdotes; la pena de excomunión, por tanto, sigue en pie.
Sin embargo, lo que es de derecho divino, lo que Dios estableció y se encuentra en la Revelación escrita (La Biblia) o en la Tradición, el Papa no puede cambiarlo, porque la Iglesia no es dueña sino depositaria de la Palabra de Dios.
Está revelado, por ejemplo, que el Matrimonio es entre varón y mujer, es obra de Dios Creador y Sacramento de Cristo. Podrá, pues, suscitarse o avalarse cualquier otro contrato entre personas del mismo sexo, pero no un Matrimonio verdadero.
Está dicho –también– por Jesucristo Nuestro Señor, que quien deja a su legítima mujer y se une con otra, adultera (Cf. Mt 19, 9). Por consiguiente, en la Iglesia no hay divorcio ni puede permitirse, a los divorciados que viven con otra persona en concubinato, acercarse a comulgar, por el respeto inmenso al Cuerpo de Cristo (Cf. 1 Cor 11, 23-37), ya que el adulterio es pecado grave contra el Sexto Mandamiento de la Ley de Dios: “No fornicarás ni cometerás adulterio” (Cf. Ex 20, 14; Mt 5, 27-28).
Al finalizar, el Sínodo entregará sus propuestas al Santo Padre que, con su Equipo, las revisará, para redactar luego una Carta Apostólica Postsinodal sobre la Familia; Documento que, firmado por el Papa, se envía a toda la Iglesia.
A ese Documento debemos atenernos, sabiendo que el Vicario de Cristo tiene una asistencia muy especial del Espíritu Santo y la oración de Cristo, que lo sostiene: “Pedro, Yo he rogado por ti, para que tu Fe no desfallezca, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32).
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