Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Hermanas, hermanos:
Viniendo de camino, Jesús con sus discípulos, les iba dando instrucciones de carácter formativo. Son sus discípulos. Entre otras cosas, les dijo que el Hijo del Hombre (Él mismo), una vez llegado a Jerusalén, va a caer en manos de las Autoridades y le van a dar muerte, pero que a los tres días resucitará (Cfr. Mc 9, 33-37).
Los discípulos, o no querían o de verdad no podían entender lo que el Señor les iba diciendo. Ellos, más bien, iban discutiendo otra cosa que tenía qué ver con sus intereses, con su comodidad, que tenía qué ver con su acomodarse, situarse en la comodidad de ser ‘los discípulos del Maestro’.
Aquí está la primera enseñanza que nos deja este relato. Muchas veces, a nosotros, no nos interesa entender a Jesús, no nos interesa descubrir cuál es la Voluntad de Dios sobre nuestra vida. Lo que nos interesa son nuestras urgentes necesidades; y por atenderlas, no entendemos y no queremos entender al Señor, no le ponemos atención, no nos interesa entender su Palabra; nos fijamos en lo que nos urge a nosotros: ser curados, tener la solución a un problema familiar, de índole económica, de índole moral. Estamos urgidos de un buen trabajo, un buen puesto y, en medio de todos esos intereses y preocupaciones, no le ponemos atención a la Palabra de Dios.
Pero Él nos conoce, nos comprende, asume que nuestro corazón es así y, por eso, en lugar de enojarse con nosotros, nos hace lo que Jesús hizo con sus discípulos. Discretamente, pero con énfasis y de una forma directa, les pregunta sobre lo que venían discutiendo en el camino.
No tiene miedo de dialogar, de conocer nuestros intereses, de platicar de lo que nos preocupa. Por eso, a Él le debemos externar y participar todo lo que nos acontece y todo lo que nos preocupa, confiándole nuestras cosas.
Nos dice Jesús que el que quiera ser el más grande, el que quiera ser el primero, que se haga el servidor, como lo hizo Él mismo, quien, para ser el primero en la Fe, en la confianza, se puso a nuestro servicio, y todo su ser, toda su vida, toda su Persona; se entregó sin reservas por nosotros, se entregó hasta la muerte por nosotros.
Éste es el servicio más grande que Jesucristo Nuestro Señor ha prestado a nuestra pobre Humanidad. No se reservó nada, sino que se entregó a la muerte, y muerte de Cruz, por nuestra salvación. Esto lo ha hecho a Él, el primero. Dios lo resucitó, Dios lo glorificó y vive para siempre, porque puso al servicio de nuestra pobre Humanidad toda su vida y toda su existencia. Por eso es consecuente, hay lógica en lo que Jesucristo les dice a sus discípulos: “El que quiera ser el primero, hágase el servidor de los demás, el servidor de todos”.
Hermanos, nosotros, en nuestra condición de discípulos de Jesucristo, estamos llamados a ser servidores, y hay muchos campos, muchas circunstancias en las que podemos hacernos servidores auténticos de los demás.
Por ejemplo, los padres de Familia que se ponen al servicio de la vida de sus hijos, no sólo llamándolos a la existencia, sino velando día a día porque ellos tengan techo, comida, formación, salud.
Los padres que llaman a sus hijos por amor, lo hacen por servir a la vida, la vida de sus hijos, y los padres que, responsablemente, velan por el bien integral de ellos, están al servicio constante de la vida. Y otras tantas formas de servir al prójimo, a la comunidad.
Continuaremos el tema en la próxima entrega.
Yo les bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
El Obispo y el Sacerdote se preparan “para ser trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo” (Ad Rom, 4.1)
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