Lupita:
No puedo dejar de pensar en el daño que me hizo mi padre. Yo descubrí que él tenía otra familia y cuando se dio cuenta de que yo lo sabía, me amenazó. Dijo que tenía que callarme y no decirlo jamás. Yo tenía 11 años. Empecé con muchos problemas emocionales; no dormía, dejé de aprender en la escuela, me volví introvertido, abandoné el deporte, que antes disfrutaba mucho…Tenía pesadillas y mi conducta empezó a dar problemas. Mi mamá y mis hermanos renegaban de mí. Recuerdo con mucho rencor todo lo que viví. Quise quitarme la vida, pero Dios no lo permitió. Me dicen que debo perdonar, pero no puedo. Necesito ayuda, por favor.
Ignacio D.
Muy estimado en Cristo, Ignacio:
Es verdad que la paz habita en quien vive el perdón. Y, en efecto, es una decisión difícil de tomar y de realizar. Para lograrlo, debes partir de una premisa verdadera: ¡perdonar te conviene a ti, en primer lugar!
Aquí te presento parte de la ayuda que necesitas, y deseo motivarte para que anheles dar perdón y te veas, así, liberado de la esclavitud del rencor y el resentimiento.
No son nuestras circunstancias las que nos dan la felicidad, sino la forma en que reaccionamos ante ellas. Hay quienes, teniéndolo todo, se desprecian a sí mismos, y existen también aquellos que carecen de todo y están llenos de alegría en el Amor de Dios.
Conozco a decenas de personas que, después de haber enfrentado muchas injusticias, deciden cambiar para ser la mejor versión de ellos mismos. Sus penas se convirtieron en el motor que les da la energía para ayudar a muchos, y hacer, de éste, un mundo mejor.
Para perdonar y sanar, estamos llamados a practicar dos virtudes: humildad y misericordia.
La humildad es necesaria para pedir perdón. Aprende a conjugar estos tres verbos:
A) Detecto
B) Admito
C) Corrijo.
Los cristianos nos reconocemos pecadores. Si repetimos a nuestra mente que somos víctimas; que los otros nos han hecho daño, y concentramos nuestros pensamientos en culpar a los demás por nuestro estado de vida, cometemos un grave error que nos paraliza y evita que emprendamos el camino de salida. En cambio, si buscamos conocernos en verdad, detectaremos que hay vicios en nuestro carácter que podemos corregir y eliminar si es necesario. Cuando admitimos esta realidad, entonces empieza un cambio muy positivo en nuestros pensamientos y sentimientos.
La misericordia es imprescindible para perdonar a otro. Nuestro corazón se hace de piedra cuando estamos llenos de resentimientos, y sin la vital presencia de Jesús en nosotros mismos, no podremos perdonar jamás. Sólo Dios es misericordioso, y sólo Él, dentro de nosotros, puede suavizar nuestro lastimado corazón.
Emprende un camino de conversión. Busca a Dios con toda tu pasión, pídele que entre en ti y sane tus heridas. Sentirás su Amor y su inspiración. Él te invitará a comprender a quien te hizo daño (alguien que también fue lastimado por otro), y te sugerirá devolver bien por mal.
Mantener rencores en tu interior es como cargar un costal pesado, pestilente e inútil, que llevas contigo a todas partes. ¡Libérate de ese peso emocional y espiritual que tan oprimido te tiene ya!
Escucha al Maestro, que te llama: Ven a Mí si estás cansado y agobiado; Yo te aliviaré (Mt 11, 28).
Lupita Venegas Leiva / Psicóloga. Facebook: lupitavenegasoficial
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