jueves, 5 de noviembre de 2015

La santidad inicia y se vive en familia

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

A lo largo del Año Litúrgico, la Iglesia nos propone celebrar a muchos hombres y mujeres que han alcanzado la plenitud de Dios y que pueden ser modelos para nuestra vida e intercesores ante Él. Éstos son los Santos que la Iglesia ha canonizado, los Santos y Santas que, la Iglesia asegura, están en la plenitud de la vida de Dios. Los celebramos el 1º de noviembre.
La Iglesia también quiere dedicar un día muy especial a todos los santos, hombres y mujeres, que han vivido el Amor de Dios en este mundo, que han vivido en Cristo haciendo vida su Evangelio, y que han alcanzado la salvación y la santidad de Dios. Muchos hombres y mujeres anónimos, que también han alcanzado la plenitud en Dios y que no forman parte ‘oficial’ del Santoral.
La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar el sentido de esta Fiesta en la visión de una inmensa multitud que nadie podía contar, que nos refiere el Libro del Apocalipsis; una multitud de hombres y mujeres venidos de todas las naciones, de todas las razas y lenguas, que gozan de su presencia eternamente.
A esta multitud, el Señor le ha dado la Salvación, que es para todos, sin distinción. Sin embargo, a quien se le ha dado, tiene que corresponder. Dios quiere ser nuestro Padre; nos hace sus hijos por Gracia y por Amor, pero nosotros tenemos que vivir de acuerdo a esa condición y dignidad de hijos y, al mismo tiempo, reconocer a todos como nuestros verdaderos hermanos.
Tenemos que vivir amándolos, aceptándolos, reconciliándonos, ayudándonos unos a otros como verdadera Familia de Dios, para alcanzar la Salvación que nos ofrece gratuitamente en su Hijo Jesucristo.
¿Qué necesitamos para alcanzar la Salvación?: vivir en el espíritu de Las Bienaventuranzas que, en pocas palabras, son aquellas formas o fórmulas de vivir en plena confianza en el Señor, más allá de nuestra pobreza, de nuestros anhelos, y más allá de lo que suframos por creer en Jesucristo y por ser fieles a Él.
Recordemos, veneremos y glorifiquemos a Dios por todos los hombres y mujeres que ya alcanzaron su plenitud, pero que también están en comunión con nosotros y nos recuerdan nuestro destino, para que, inspirados por ellos, y por su intercesión, alcancemos el anhelo sincero de vivir nuestra santidad.
¿Saben cuál es el contexto que más favorece para vivir la Salvación? La Familia de la Iglesia, la Familia que formamos todos los bautizados en Cristo. La Salvación se nos ofrece en la Familia a través de la Palabra, de los Sacramentos, de la oración, del servicio y la caridad.
No debemos olvidar a esa gran Familia de la Iglesia, que está formada de familias. Cada familia debe ser un Santuario para que todos sus miembros: los recién nacidos, los bebés, los niños, adolescentes, jóvenes, adultos, los acianos y los abuelos, encontremos un ambiente propicio para vivir nuestra condición de hijos de Dios.
Volvamos, hermanas y hermanos, nuestros ojos a la Familia, devolvamos a ella nuestro interés y nuestra preocupación, porque aunque esté dolida y dividida, debemos luchar para reconstruirla. Cada uno, dentro de nuestra familia, colaboremos para que sea Escuela de Fe, de amor, de santidad y de dignidad.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

“Que todos reverencien a los Diáconos como a Jesucristo, como también al Obispo, que es imagen del Padre, y a los Presbíteros como al Senado de Dios y como a la Asamblea de los Apóstoles. Sin ellos, no puede hablarse de Iglesia”.

San Ignacio de Antioquía

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