Una pluma inagotable
Pbro. Tomás de Híjar Ornelas
Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara
En pleno Otoño del año en curso, o como poéticamente lo dice en el colofón de su nuevo libro, “en los primeros vientos del Invierno de 2015”, don Luis Sandoval Godoy acaba de publicar en 248 páginas, bajo el sugestivo título de Caminos, en las prensas de Procrea, en la Capital de Jalisco, una compilación de bellísimas estampas, a las que, a modo de subtítulo, endilgó una estrofa de ‘Extracto de poemas y cantares” del Poeta más joven de la Generación del 98, el sevillano Antonio Machado: “Y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar”.
El Prólogo de este manojo de textos, que huele a hierba verde y mañanera recién hollada por los viandantes, está impregnado de la nostalgia de quien, volviendo sobre lo que recorriera hace 40 años, recupera lo que sus pupilas y sensibilidad atraparon en letras de molde, enriquecido con artísticos registros fotográficos suyos, tan galanos como su pulida prosa.
Dieciséis viñetas literarias
Tan importante testimonio cultural y antropológico comienza en ‘San Francisco de Asis’, en el Municipio de Atotonilco el Alto, Jalisco, al que pinta desde sus tempranas raíces, que no van más allá del Siglo XX, gracias a la participación que para ello tuvo en sus primeras décadas el singularísimo Presbítero don José de Jesús Angulo y Navarro (1888-1966), quien murió siendo Obispo de Tabasco.
‘San Ignacio Cerro Gordo’ describe las cuitas que entonces padecía el ahora más joven de los Municipios de Jalisco cuando, siendo tan sólo una Delegación Municipal de Arandas, carecía de servicios básicos. ‘San José de Gracia’ describe las peripecias del arquetipo de un pueblo alteño, que casi de la nada se alzó en el Siglo XIX gracias a la tenacidad e industria de sus habitantes.
‘Santuario del Sagrado Corazón’ cuenta la portentosa hazaña de unos devotos del Sagrado Corazón de Jesús a fines del Siglo XVIII, cuando aún se le daba culto representando nada más este órgano, y que fue tan efusivo como para erigir un santuario donde sólo había eriazos (campos sin labrar).‘Trovadores de Tacotlán’ refiere la importancia que tuvo lo que hoy es un pueblo arrumbado pero que fue habitado por los tapatíos primordiales de mil quinientos treinta y tantos, de quienes conserva algunas reliquias.
Caminante, no hay camino
Sin necesidad de decirlo, don Luis repasa las huellas del oficio trashumante que le impuso el Periodismo Cultural al empujarle a transitar por la hondura del pueblo llano de México. En ‘Fiesta de Huicholes’, narra una Semana Santa entre los wirrárikas de San Andrés Coamiata. ‘Hacienda de Oblatos’ evoca, desde los vestigios de un emporio agrícola que perteneció a una Congregación clerical ya desaparecida, el avance imparable de la mancha urbana en la Zona Metropolitana de Guadalajara. ‘Los palacios de Bolaños’ patentiza las monumentales ruinas de un pueblo minero venido a menos. ‘Los tejados de Tapalpa’ es una crónica del incipiente desarrollo turístico de un pueblo serrano.
‘Un pueblo a la faz de la luna’ valora las peripecias, que van de más a menos, de Mexticacán. ‘Barranca de Santa Clara’, en cambio, ofrece el límpido encuentro que tuvo el Escritor con un caserío untado al pie de una cordillera altísima. ‘Don Indalecio Venegas, de Ixcatán’ retrata a un aldeano que hasta el final de sus días vistió, como sus ancestros, de manta. ‘La Villa de Purificación’, los desvelos de una cabecera municipal poco enterada de serlo. ‘San José Casas Caídas’ da cuenta de lo que pasó en una antigua y próspera hacienda al quedarse ésta sin dueño. Santa María de Toyahua’, la postración de un pueblo de indios del que apenas persiste el recuerdo de una devoción mariana cada día más local. Y ‘Tonila’, el estado perseverante de los vecinos de un lugar por aquellos años satisfecho de la modestia de su hábitat.
Un aplauso y un profundo reconocimiento nos merece el autor de este documento, cuyo contenido, como a los buenos caldos, ha refinado el tiempo.
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