Pbro. José Marcos Castellón Pérez
El próximo 8 de diciembre, el Papa Francisco abrirá la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, en El Vaticano, para iniciar un Año Jubilar de La Misericordia. De esta forma, quiere conmemorar el Quincuagésimo Aniversario de la Clausura del Concilio Vaticano II, un gran regalo de Dios a la Iglesia contemporánea.
ORIGEN Y SECUENCIA
Los Años Jubilares hunden sus raíces en el Antiguo Testamento. Cada 50 años, el pueblo de Israel celebraba un Año Jubilar, tomando como referencia el descanso sabático, el séptimo día de la semana, como indica el Capítulo 25 del Libro del Levítico. Cada 7 años sería un “Año Sabático”, y cada 50 años un Año Jubilar, que es el posterior al séptimo Año Sabático. Se trataba de un Año de Gracia, de Alegría, de Justicia. Una gran renovación de la vida y el restablecimiento del orden querido por Dios en su Ley, que garantiza la fidelidad a la Alianza: descanso de la tierra, el rescate de la tierra y su devolución a sus dueños originarios (lo que evitaría la injusta acumulación), la condonación de las deudas y la abolición de la esclavitud.
La Iglesia ha vivido el Año Jubilar desde una perspectiva más espiritual. Desde el año 1300, el Papa Bonifacio VIII estableció que se celebrara un Año Jubilar de forma ordinaria cada 25 años para que no hubiera generación que no tuviera la Gracia de experimentarlo. Pero el Romano Pontífice puede convocar y establecer, por motivos pastorales, un Año Jubilar Extraordinario, como lo ha hecho el Papa Francisco con este Año Jubilar de La Misericordia.
GRATITUD Y COMPROMISO
Y, ¿qué motivos tiene el Papa para convocar y establecer este Jubileo? En primer lugar, se trata de un año de memoria agradecida al Señor de la Historia por los 50 años de la Clausura del Concilio Vaticano II, que ha sido el acontecimiento religioso más importante de la Historia moderna. Un Concilio que fue convocado no para combatir herejías, sino para renovar a la Iglesia, la hermosa Esposa de Cristo, a fin de que sea cada vez más el signo de la presencia del Reino en el mundo. Y, junto con el agradecimiento, una toma de conciencia, postura y acción ante los graves problemas sociales por los que atraviesa la Sociedad contemporánea.
Por una parte, somos testigos de innumerables avances en el orden científico-técnico, pero también de una profunda y creciente desigualdad entre los seres humanos, así como un gravísimo deterioro del medio ambiente. Lo que constatamos son dolorosos síntomas de una enfermedad que tiene sus raíces en una reducción antropológica. El ser humano es reducido a un mero objeto en la lógica del mercado, que es la lógica que impera en el mundo globalizado.
Como mero objeto, la persona tiene precio, mas no valor, o el valor con el que se tasa es un valor económico: “tanto tienes, tanto vales”. Así, nuestra sociedad de consumo produce ‘desechos humanos’, que siempre serán marginados; es decir, que viven en la experiencia de periferia existencial: inválidos, indigentes, enfermos, ancianos, migrantes, niños no deseados, minorías étnicas o de cualquier índole.
Los Derechos Humanos se colocan no en el sustantivo (ser humano), sino en el adjetivo (condiciones-circunstancias), de modo que se defienden los derechos de unos a costa de los auténticos derechos universales; y todo, en la lógica del mercado.
No es de extrañar que en un mundo donde se han perdido otros valores, sacrificados en aras del ‘dios dinero’, quedándose éste como supremo valor, principio ético y criterio de juicio, se explote, destruya y se contamine la Naturaleza hasta el grado de poner en grave riesgo la supervivencia de la Humanidad en el Planeta Tierra. Hoy, pues, la Tierra está gritando angustiosa por la expoliación, y su grito es al unísono del grito de los marginados.
COMPASIÓN Y ADVERTENCIA
La Iglesia, como el Buen Samaritano, no puede ser sorda a estos gritos de sufrimiento, dolor y muerte. Como Madre, tiende sus brazos, consuela y ofrece la Salvación. Por eso el Papa Francisco ha querido que este Año Jubilar sea de vivencia de los dones preciosos de la Gracia: el perdón de los pecados y la Indulgencia Plenaria, la Misión Popular de la Misericordia y el auxilio de los Sacramentos; pero también ha querido que sea un despertar de las conciencias adormiladas por la indiferencia de tantos de nosotros que, como Pilato, nos lavamos las manos ante el sufrimiento de los ‘cristos’ condenados a muerte por el ‘dios mercado’.
ORACIÓN PARA EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA
Señor Jesucristo,
Tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del Cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la Salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo
de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena, del buscar la felicidad
solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro luego de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia
la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia,
sobre todo con el perdón y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti,
su Señor, Resucitado y Glorioso.
Tú has querido que también tus ministros
fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión por los que
se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta
esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea
un Año de Gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo,
llevar la Buena Nueva a los pobres,
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,
a Ti, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario