Daniel León Cueva
En Crónicas, Leyendas, Historias y Cuentos suele mencionarse que hay seres de la Naturaleza (animales, vegetales, moles minerales) a las que se atribuyen tamaño o dimensiones colosales, así como un estado de quietud que no deja de producir cierta desconfianza entre los humanos.
Sin embargo, pocos se atreven a conjeturar por qué estos “gigantes dormidos” no despiertan, o a aventurar alguna fecha o momento en que lo hagan. Menos aún, los literatos que recrean en sus obras a estos entes o figuras nos han insinuado siquiera en qué sueñan tales monstruos del paisaje.
“Don Goyo” le dicen a este macizo señorón desde donde se divisa todo el inmenso Valle del Anáhuac, así como extensas latitudes del Estado de Puebla. Muy dueño de su entraña, dosifica y le marca tiempo y distancia a la expulsión de sus ardientes materiales. Veleidoso a la vista lejana y cercana de sus admiradores, cubre de nieve sus contornos para pasar siempre lista entre las cúspides más enhiestas.
El turismo, mientras tanto, juega a asomarse al misterio del hielo y del fuego.
Ancestral, y tatarabuela de los calendarios milenarios, la ampulosa montaña permite a los curiosos arribar hasta sus plantas, insensible por si le hacen cosquillas a sus pies o le jalan el bies a sus enaguas. Otros, más osados, avezados y equipados, querrán soñar despiertos en trepar hasta la cumbre.
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