lunes, 14 de diciembre de 2015

Tercer Domingo de Adviento

Adviento, la espera de la alegría

La sonrisa es, muchas veces, el mejor acto de caridad y de cariño que podemos ofrecer a una persona en esta Navidad.

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P. Sergio A. Córdova, L.C.
Fuente: Catholic.net

Seguramente ya sabes que la palabra ‘Evangelio’ viene directamente del griego (eu-angelíon) y que significa, al pie de la letra, “Buena Nueva”. Y es “Buena Noticia” porque nos trae la alegría, nos anuncia la Salvación; más aún, la llegada de nuestro Redentor en persona, de Jesús, nuestro Salvador. El mismo nombre de Jesús (en hebreo Yeshúa), significa “Yahvé salva”.
Y es esto lo que nos dice San Lucas (3, 10-18) de Juan el Bautista: que anunciaba al pueblo la Buena Nueva de la Salvación, y los exhortaba a prepararse para la venida del Mesías con obras de caridad y de conversión interior.
Hemos llegado ya al Tercer Domingo de Adviento. Y todo él está dominado por el tema de la alegría. Antiguamente se llamaba a este día “Domenica laetare”; o sea, “el domingo de la alegría”. Y si escuchamos las Lecturas de la Misa con atención, nos daremos cuenta del porqué de este nombre. “Estad siempre alegres en el Señor –exhorta San Pablo a los filipenses–; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”.
“Que nada os preocupe ni os turbe”. A pesar de cualquier dificultad o problema que pueda sobrevenirnos, hemos de conservar la alegría en lo más profundo de nuestro corazón. Si estamos esperando con gran anhelo el Nacimiento de nuestro Redentor –¡y está ya a las puertas!–, no podemos estar tristes.
La Primera Lectura, tomada del Profeta Sofonías, es también muy hermosa y elocuente: “Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón”. La alegría es esencial en toda fiesta, y con Jesús estamos de fiesta. Además, es una característica de todo buen cristiano. Porque Dios nos ama infinitamente y nos protege siempre con su Providencia de Padre. Porque ya hemos sido redimidos de nuestros pecados y gozamos de la compañía de nuestro Salvador. “Si Dios está con nosotros –exclamaba san Pablo–, ¿quién contra nosotros?”.

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