jueves, 17 de diciembre de 2015

Año Jubilar, para experimentar la Misericordia de Dios

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

La Palabra de Dios nos invita, en estos días, a la alegría, porque está por llegar nuestro Salvador. Éste debe ser el motivo auténtico de nuestra alegría en este tiempo.
Para que nuestra alegría sea verdaderamente profunda, debemos atender lo que Juan el Bautista decía al pueblo que esperaba al Mesías. Le preguntaban: “¿Qué debemos hacer para esperar al Salvador y para experimentar su Salvación y su Misericordia?”.
Tenemos que hacer un cambio de vida y una conversión de nuestros pensamientos, criterios y acciones; convertirlas en Amor, Misericordia y Justicia.
Sólo así, en la medida en que nosotros hagamos esa conversión por la Gracia de Dios en nuestra vida, experimentaremos cuán verdadera es nuestra alegría.
En este tiempo, intercambiamos muchas palabras, dichas o escritas, de felicidad, paz y alegría. Si nosotros, discípulos de Cristo, no hacemos que esos mensajes sean expresión de un auténtico cambio, sólo serán palabras huecas, que nada aportarán a nuestra vida y a nuestra experiencia interior.
La auténtica alegría cristiana proviene de un cambio, y en la medida que nos convirtamos, experimentaremos cuánto nos ama Dios, y todo lo que viene dispuesto a darnos, que es lo que necesitamos para que nuestra peregrinación en la Tierra no se desvíe ni se detenga, sino que sea definida en la dirección de la vida eterna.
La certeza de que Dios está y camina con nosotros, nos dará siempre serenidad, confianza y alegría para caminar, aun en los momentos difíciles. No queremos que venga el Señor para que no nos pase nada. Queremos que venga para que cuando pasemos lo que tenemos qué pasar, experimentemos la certeza de que Dios está aquí, cerca de nosotros, dándonos consuelo, sabiduría y fortaleza.
Por eso, cuando hemos iniciado, con toda la Iglesia, el Jubileo de la Misericordia, hemos cruzado la Puerta Santa, hacemos un Acto de Fe, una confesión pública de que nuestra verdadera felicidad es Cristo, el Rostro Misericordioso del Padre.
Hemos experimentado lo misericordioso que es el Padre con los pecadores, enfermos, despreciados y humildes. Con todos se ha manifestado misericordioso Dios Padre: en la Palabra y en la acción de Jesucristo, y no porque seamos buenos o santos, sino porque Él es Amor.
Jesucristo nos busca, nos espera, nos acoge; hace fiesta por nuestra recuperación. Por tanto, no esperemos ser santos ni perfectos para comenzar a experimentar la Misericordia de Dios; busquémosla y encontrémosla en nuestra condición en la que estamos.
Démonos la oportunidad, en este Año de Gracia y Misericordia, de experimentar cuánto nos sigue amando Dios, desde el comienzo de nuestra vida cristiana, en el Bautismo. Ahí nos abrazó y nos adoptó como verdaderos hijos suyos; nos sigue amando con el Amor con que nos llamó en el Bautismo, nos sigue esperando y nos sigue llamando a vivir esta prueba grande de su Misericordia.
Comencemos el Año Jubilar, en esta Iglesia de Guadalajara, cruzando el umbral de la Puerta y de todas aquellas Puertas que, en la Diócesis, he declarado Puertas de la Misericordia, y que, cada vez que las crucemos, experimentemos el Amor, la Misericordia, la Justicia y la Salvación de Dios.

Yo les bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

“La Eucaristía celebrada por el Obispo tiene una significación muy especial como expresión de la Iglesia reunida en torno al altar bajo la presidencia de quien representa visiblemente a Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia”.
Catecismo de la Iglesia Católica, 1561.

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