lunes, 14 de diciembre de 2015

La alegría de ser renovados en el Amor de Dios

Juan López Vergara

Estamos ya en el Tercer Domingo de Adviento, deseosos de celebrar, una vez más, la irrupción de Dios en las entrañas de nuestra historia humana. El Santo Evangelio del domingo precedente ofrecía la exhortación del Bautista para decidirnos a rectificar nuestro camino; y el de hoy, nos propone una serie de ejemplos muy concretos (Lc 3, 10-18).

LA FE CONSISTE EN CREAR LO QUE NO VEMOS
La predicación de Juan afectó realmente a sus oyentes. El pueblo empezó preguntando sobre lo que debía hacer (véase v. 10). El Profeta contestó: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo” (v. 11). Después correspondió el turno a los publicanos, hiriente personificación de la codicia y avidez, colaboradores del régimen opresor, que astutamente los manipulaba, pues es sabido que, “no hay peor cuña que la del propio palo”. El feroz Portavoz de Dios, lejos de excluirlos, los conminó a vivir una auténtica conversión: “No cobren más de lo establecido” (v. 13). Hasta terminar con los soldados, sensible de que toda profesión ostenta peculiares añagazas, las cuales alejan del Plan de Dios. El indómito Profeta del Desierto les demandó: “No extorsionen a nadie ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario” (v. 14).
El Precursor nos invita a instaurar desde la Fe el anhelo de Dios, convencidos, con el Escritor español don Miguel de Unamuno, de que: “La Fe no consiste tanto en creer lo que no vemos, cuanto en crear lo que no vemos”.

INVITADOS A CENTRAR LA ATENCIÓN EN LOS DEMÁS
No obstante lo diferente y específico de cada recomendación, todas coinciden en una actitud de fondo: orientar la atención no en los propios intereses, sino en los de nuestros hermanos. En semejante reordenación radica la clave de lectura del Evangelio de hoy. El Bautista prepara, así, los caminos del Señor, animándonos siempre a actuar en beneficio de los demás.
Evocamos un relato de matriz judía, por juzgar que refleja la fibra más íntima de toda verdadera conversión:
“Érase una vez un viejo Rabino, el cual preguntó a sus discípulos en qué puede reconocerse el momento en que la noche acaba y el día comienza. –¿Acaso es cuando se consigue distinguir en la lejanía un perro de un carnero? –No –respondió el maestro. –¿Es cuando se consigue ver la diferencia entre una palmera datilera y una higuera? –No –contestó aún el Rabino. –Pues, entonces, ¿cuándo? –preguntaron los discípulos. Y el Rabino respondió: –Es cuando, al mirar el rostro de cualquier ser humano, reconoces a tu hermano y a tu hermana. Hasta entonces todavía es de noche en tu corazón”.

A TRANSFORMAR EL ROSTRO DE NUESTROS AFANES
Se trata de tener una visión generosa, capaz de transformar el rostro de nuestros afanes, que nos permita asumir con responsabilidad nuestro destino, conduciéndonos a descubrir en cada uno de los demás a un hermano, en la alegría de ser renovados en el Amor de Dios (compárese So 3, 17).

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