jueves, 3 de diciembre de 2015

Fiestas Marianas

Se acercan las fiestas Marianas

El Tiempo de Adviento se vive acompañado de la Madre de Dios.

Murillo - Inmaculada Concepción de los Venerables o de Soult (Museo del Prado, 1678)

Cardenal Juan Sandoval Íñiguez
Arzobispo Emérito de Guadalajara

La Iglesia Católica tiene tres devociones, tres grandes amores, que le son propios, y que le distinguen de las demás denominaciones cristianas: la Santísima Eucaristía, la Santísima Virgen María y el Romano Pontífice, centro de unidad en la caridad, y el que nos confirma en la Fe.

TRES GRANDES MISTERIOS
Entre los muchos grupos cristianos no católicos, los más cercanos a nosotros son los Ortodoxos Orientales, que se separaron en el Siglo XI. Ellos celebran la Eucaristía con una Liturgia esplendorosa; profesan una grande devoción a la Virgen Madre de Dios, pero no reconocen al Papa como Cabeza de la Cristiandad.
Siguen, en cercanía con nosotros, los Anglicanos, que conservan los Sacramentos, y entre ellos, también el Sacerdocio y la Eucaristía; invocan a la Virgen María, pero no reconocen al Papa como Cabeza visible de los creyentes.
Los demás grupos cristianos no tienen Eucaristía, y no sólo no veneran a la Virgen Santísima, sino que a veces la denigran y, por supuesto, no reconocen al Papa como Jefe de la Cristiandad.
Son tres devociones y tres Misterios de nuestra Fe católica, que han de creerse y cultivarse con amor y devoción. Son tres Misterios que se relacionan entre sí y se apoyan unos con otros en el contexto de nuestra Fe.

FIELES A LA EUCARISTÍA
Y A LA VIRGEN

Los Sumos Pontífices siempre han fomentado la devoción a la Eucaristía y la han definido como Misterio de nuestra Fe: la presencia real de Cristo, Memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección, y Alimento de vida eterna.
Así también, los Papas han promovido y defendido el culto a la Virgen María y a los Santos, y han proclamado los Dogmas Marianos: su Maternidad Divina, su Virginidad Perpetua, su Concepción Inmaculada y su Asunción a los Cielos. Son también los Romanos Pontífices los que han reconocido la autenticidad de algunas de las Apariciones de la Santísima Virgen María, en distintos tiempos y lugares.
A mí me ha llamado particularmente la atención el nexo que existe entre los Dogmas de la Santísima Virgen y el de la Infalibilidad Pontificia, como se pone de manifiesto en las Apariciones de Nuestra Señora en Lourdes, Francia.

PRIMERA ESTACIÓN ES CON MARÍA
Esto viene a consideración por estar en vísperas de la Fiesta de La Inmaculada Concepción. El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, hoy Beato, definió solemnemente el Dogma de La Inmaculada Concepción de la Virgen María, que significa que Ella fue preservada de la mancha del pecado original con la que todos los descendientes de Adán venimos al mundo; sólo Ella, por ser “la llena de Gracia”, la bien amada del Señor y la elegida para ser digna Madre del Hijo de Dios, fue preservada desde el primer instante de su existencia del pecado original.
Cuatro años después, 1858, en Lourdes, se apareció varias veces la Santísima Virgen a Bernardita, una adolescente pobre, humilde y casi iletrada, a la que acosaban los examinadores, tanto Clérigos como Autoridades Civiles, con toda clase de preguntas para hacerla caer en contradicción y desacreditar, según ellos, las supuestas Apariciones. Le preguntaron por el nombre de la Señora, y ella se lo preguntó a la Virgen, que le dijo: “Yo soy La Inmaculada Concepción”.
Ésta es la inscripción que está en el dialecto de Los Pirineos franceses sobre la imagen de la Virgen de Lourdes, en el lugar de las Apariciones. Confirmaba así la Santísima Virgen María la autoridad infalible del Papa, doce años antes de que el Concilio Vaticano I la definiera como Dogma de nuestra Fe.
En el camino del Adviento, la primera Estación se hace con la Virgen María, celebrando con fervor las Fiestas de La Inmaculada y de Nuestra Señora de Guadalupe.
Si somos verdaderos devotos, amantes de la Santísima Virgen María, Ella nos llevará a Cristo su Hijo, presente entre nosotros de muchas maneras, pero sobre todo en la Santísima Eucaristía, que contiene y actualiza el Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección de Jesucristo, que nos libra del pecado y nos da vida eterna.

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