jueves, 17 de diciembre de 2015

Preparando el Nacimiento con María

Cuarto Domingo de Adviento

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P. Sergio A. Córdova, L.C. | Fuente: Catholic.net

Sólo faltan unos días para el Nacimiento del Hijo de Dios en la Tierra. Pero, si queremos que su venida deje un fruto real y duradero en nuestras vidas, debemos preparar nuestro corazón para que encuentre un lugar digno para nacer. Sin embargo, necesitamos que alguien nos eche una mano. ¿Quién podrá ayudarnos?
En este período del Adviento, dos son los personajes centrales que aparecen en escena: San Juan Bautista, el Precursor del Mesías, que juega un papel muy importante en nuestra preparación espiritual, y María Santísima, quien ocupa, sin duda, el puesto preeminente. Ella es su Madre y, sin Ella, no habría Navidad. Es quien lo trae en su regazo virginal, lo dará a luz en muy pocos días y nos lo ofrecerá para adorarlo. Es quien mejor puede ayudarnos a preparar nuestro corazón, y aparece hoy en el Evangelio como protagonista (Lucas 1, 39-45).
María va a la Montaña de Galilea a visitar a su prima Isabel, que está ya esperando a su hijo, el futuro Precursor. Y ese maravilloso encuentro en la Fe, realiza un milagro: Juan, todavía en el seno de su madre, siente y reconoce a Jesús, el Mesías, también en el seno purísimo de su Madre Virgen; y es tal su regocijo –nos cuenta el Evangelista—, que “la criatura saltó de alegría” en el vientre de Isabel. Su madre, llena del Espíritu Santo, le dirige a María las palabras tan inspiradas que los cristianos rezamos desde que aprendimos a rezar cuando éramos chiquitos: “¡Bendita Tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús! Bendita es María por su Fe y aceptación amorosa de la Voluntad de Dios en su vida; Bendita porque creyó en el anuncio que Dios le dirigía a través del Ángel y porque lo abrazó con todo su corazón. Es es la mejor manera de prepararnos para el Nacimiento del Niño Jesús.
Ojalá también nosotros, como María, le hagamos un sitio a Dios en nuestra alma. Más aún, que le demos el lugar más importante, el primero. Que sea su Santísima Voluntad, la Fe y el Amor a Él lo que verdaderamente cuente en la balanza de nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos en el quehacer diario y en las mil circunstancias concretas de cada día. Que sea la caridad, la humildad, el servicio, la alegría, lo que nos caracterice como cristianos.

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