lunes, 14 de diciembre de 2015

Llamado y obediencia en el Acontecimiento Guadalupano

Lección de ayer y de Siempre

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Francisco Morales González,
3° de Filosofía

En los albores de la Evangelización de nuestras tierras, cuando todo parecía perdido, la cabeza de la Iglesia en México, el Obispo Fray Juan de Zumárraga, en su carta dirigida al Rey de España el 27 de agosto de 1529, le manifestaba su angustia y desesperación: que si, en este lugar, “Dios no interviene con algún milagro, se perderá el trabajo de evangelización iniciado desde 1523”.
Fray Juan de Zumárraga es el “eje” del Acontecimiento Guadalupano. El Obispo pide una señal, y se le da la señal. Nuestra Señora de Guadalupe le pide a un Laico, de nombre Juan Diego, ser su mensajero digno de confianza, suplicándole que acuda al Obispo para solicitarle la construcción de una “casita sagrada” en la Colina del Tepeyac para mostrarnos su amor y protección.
Santa María de Guadalupe, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, se somete a la autoridad de su Hijo en la Tierra: el Obispo… no mueve una sola piedra para la construcción de la “casita sagrada” sin la aprobación de Fray Juan de Zumárraga. El Mensaje del Acontecimiento Guadalupano es cristocéntrico, pero el ‘eje’ es el Obispo, que pide una señal, y es a él a quien se le da la señal, que quedó plasmada en la tilma de Juan Diego, y que se ha convertido en un símbolo de unidad nacional.

HUMILDE SUBORDINACIÓN
Como sabemos, el primer ejemplo de espíritu de obediencia es Nuestro Señor Jesucristo, quien cumplió perfectamente la Voluntad de su Padre Celestial, diciendo: “Padre, si es tu Voluntad, aparta de Mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). En el Acontecimiento Guadalupano, Santa María de Guadalupe somete su petición a la autoridad del Obispo, y los Sacerdotes también le están sometidos, al ser cabeza visible de la Iglesia. Obedeciendo a nuestro Obispo tenemos la certeza de que estamos obedeciendo a Dios y cumpliendo su Voluntad.
En la vida de la Iglesia tiene una gran importancia el Obispo Diocesano, que es sucesor de los Apóstoles y cabeza de su Iglesia local; de forma muy particular, el Obispo, en su Diócesis, es el primer responsable de las vocaciones sacerdotales, teniendo en la vida del Seminario una gran responsabilidad en cuanto a la formación de sus futuros Presbíteros.
Para discernir si un joven tiene vocación al Sacerdocio, son indispensables los siguientes signos: primero, recibir el llamado de parte de Dios; segundo, que el candidato libremente lo acepte, y tercero, que el Obispo confirme el llamado mediante la imposición de las manos. El candidato ordenado, mediante la obediencia a su Obispo, encuentra la Voluntad de Dios en su Ministerio Sacerdotal.
Si nos dejamos amar profundamente por Dios y cumplimos su voluntad a través de nuestros Pastores, seremos luz en las tinieblas y fermento entre la masa. Joven: la vida en este mundo es breve; nuestro destino, la eternidad. Si sientes el llamado a la vida sacerdotal, ¡no tengas miedo a dar tu vida por Cristo! ¡Sé valiente! El mundo está necesitado de testigos vivos que manifiesten el Amor que Dios tiene por cada uno de nosotros.

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