lunes, 14 de diciembre de 2015

Palabra y Misericordia para el Adviento

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

Juan el Bautista es una figura ejemplar para este Tiempo de Adviento. Habitaba en el desierto, dedicado al ayuno, a la oración, a la confianza en Dios. Vino a él la Palabra de Dios.
Éste es un elemento muy importante que debemos tomar en cuenta, si de verdad queremos prepararnos a la venida del Señor: basar nuestra preparación en la escucha atenta de la Palabra de Dios.
Sólo la Palabra de Dios puede disponer nuestra mente, nuestro corazón, nuestra vida, para que recibamos al Señor, que viene a salvarnos. Es importante que le demos su lugar a Su Palabra en nuestra vida.
Si hacemos un ejercicio de contar, por ejemplo, las horas que le dedicamos en el día o que le dedicamos a la semana o al mes, a escuchar las palabras de los hombres, a escuchar la Televisión, la Radio, las conversaciones, las canciones, los ruidos que producen los demás, y cuántas le dedicamos a escuchar la Palabra de Dios, veríamos la diferencia.
Sólo esta Palabra dispone nuestra mente, nuestro corazón, nuestra vida, a recibir la Salvación que nos viene de Dios. Este elemento que el Evangelio señala sobre la persona de Juan, nos inspira, nos motiva para que en este Adviento le dediquemos más espacio a escuchar la Palabra de Dios.
Hay otro elemento propio de Juan el Bautista: que comenzó a invitar a la conversión, al cambio radical de vida.
Es una certeza, una verdad, que Dios viene a nuestro encuentro para salvarnos, porque nos ama y nos quiere libres y felices; quiere hacernos partícipes del don de su misma vida. Es verdad que Dios viene; pero, ¿qué debemos hacer para que Dios llegue a nosotros, para allanarle el camino, no poniéndole estorbos, sino quitando todo aquello que impide que el Señor venga a nuestra vida?
Puede ser el egoísmo, la soberbia, el rencor; en fin, cuántas cosas pueden ser en nuestra vida un obstáculo para que el Señor llegue a salvarnos.
La Salvación viene, la Salvación está, pero es posible que no la veamos ni la experimentemos, porque no liberamos el camino para que Dios llegue a nosotros.
Por eso, es importante que en este período del Adviento nos pongamos más críticos de nosotros mismos y veamos qué estorbos hay para que la Salvación de Dios sea para mí, para que yo la goce, para que yo la disfrute.
Qué tengo que remover, qué tengo que superar, qué tengo que quitar. Hay que hacerle un camino plano, fácil, a Dios, para que venga en esta Navidad; despojarnos de todo aquello que no va con nuestra dignidad de hijos de Dios y que no va con nuestra Salvación; que nos pongamos un vestido de Esperanza activa; un vestido de Justicia y de Verdad, para que la Salvación de Dios venga a nuestra vida.
Estamos iniciando el Año Jubilar de la Misericordia, que es la expresión más amable, más amorosa, cariñosa y exquisita que Dios tiene para nosotros. Para experimentarla necesitamos allanarle el camino, para esperar y disfrutar de esta Infinita Misericordia de nuestro Padre.
Necesitamos abrirnos a este don, a esta Gracia, escuchando la Palabra y liberando nuestra vida de todo aquello que puede ser un estorbo para que venga a nosotros la Misericordia de Dios.

Yo los bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

El perdón de los pecados reconcilia con Dios y también con la Iglesia. El Obispo, cabeza visible de la Iglesia Particular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los tiempos antiguos, como el que tiene principalmente el poder y el ministerio de la Reconciliación: es el moderador de la disciplina penitencial…
Catecismo de la Iglesia Católica, 1462.

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