lunes, 8 de agosto de 2016

La reminiscencia y la esperanza

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Daniel León Cueva

Hace muchos años, junto al paso de los arrieros que hacían el camino de mercancías entre el poblado indígena de Rosa Blanca e Ixtlán del Río, Nayarit, en plena sierra tupida de pinos y encinos, se erguía una ermita, tan simple como chaparrita, plantada en ese espacio tan andado, en constancia de un difunto. Acaso algún indígena labriego, caído ahí quién sabe por qué motivos.
“Muerte, Juicio, Infierno y Gloria, ten, cristiano, en la memoria”, asentaba un añoso letrero, advirtiendo a los transeúntes que eso de “Los Novísimos” o la Escatología no es cosa de juego ni es invento ni una rimada máxima aprendida “de machete”.
Es socorrida y bendita tradición sembrar el signo del cristiano en el lugar aproximado de alguno que, por azares del destino, fue a exhalar ahí el último suspiro, quizá de ida, tal vez de vuelta de donde se había fijado llegar. Por fortuna, no se requieren permisos para plantar las Cruces recordatorias, ni mucho menos para ofrendar plegarias y flores en esos sitios tan estrechos como significativos para el doliente.
Acá, a la vera del camino, en un paisaje de quietud, de luz y sosiego, se muestra, con sencillez y aplomo, una Cruz (siempre blanca; será por algo) que no esconde su simbolismo de pesar y añoranza, como tampoco su promesa de futuro imperecedero. Y, por si hiciera falta a un escenario de significados, la llaneza y modestia de un nopal que no oculta el reverso de sus espinas, pero también sabe dar algo de sombra y la delicia de sus jugosos frutos.
…Nada es casual en esta vida, en este mundo.

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