sábado, 13 de febrero de 2016

Oh, Señor y Maestro de mi vida

Juan López Vergara

El Evangelio que nuestra Madre Iglesia ofrece el día de hoy, muestra el Misterio profundísimo de las tentaciones enfrentadas por Nuestro Señor, descritas con simbólica maestría. Estas pruebas, Jesús las venció mediante la interpretación de la Palabra de Dios, a la Luz del Espíritu (Lc 4, 1-13).

EL MISTERIO DE LA
HUMILDAD DEL SEÑOR

Jesús, conducido por el Espíritu, “se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el Demonio” (vv. 1-2a). En el desierto, se dieron cita el Misterio del Mal y el Misterio del Bien. A través del efímero espectáculo de las cosas, el Enemigo probó a Jesús; por el contrario, el Espíritu lo impulsó desde su interior, actuando en lo más íntimo de su ser. En el desierto, lugar de soledad, vivió Jesús la espantosa experiencia del vacío (véase v. 2b). Sin duda, el centro de nuestra Fe cristiana radica en el Misterio de la humildad del Señor.

EL BALUARTE DE LA PALABRA
El Demonio se propuso, entonces, trastornar las buenas relaciones entre Dios y Jesús, y empezó por servirse del hambre como tentación (véase v. 3); pero Jesús recurrió a la Palabra de Dios y le contestó: “Está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre’ ” (v. 4). El Demonio, príncipe del engaño, lo llevó después hacia una altura y le mostró todos los reinos, prometiendo entregárselos si se postraba delante de él (véase v. 6). De nuevo, Jesús, contundentemente, libró la tentación acudiendo a la Palabra de Dios: “Está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios, y a Él sólo servirás’ ” (v. 8).
El Demonio, por último, lo condujo a Jerusalén a la parte más alta del Templo, y haciendo mal uso de la Palabra de Dios, tentó a Jesús (véase v. 10). El sentido de la Sagrada Escritura es torcido por el Demonio; pero Jesús, tajante, interpretando con verdad la Palabra de Dios, respondió: “No tentarás al Señor, tu Dios” (v. 12).

“LA LETRA MATA,
MAS EL ESPÍRITU DA VIDA”

San Lucas Evangelista muestra, así, que Jesús se negó a aceptar tentar a Dios, pues comprendió que la humillación y la obediencia eran el camino del Mesías y Siervo de Dios. El Mal fue desplegado a través de las malévolas y mentirosas propuestas del Demonio -a quien San Juan Pablo II llamó ‘genio de la sospecha’ (Dominum et Vivificantem, 37)-, mientras que el Bien está siempre presente en la Sagrada Escritura, a la cual Jesús recurrió como eficaz escudo ante la tentación.
Dios desplegó su providente solicitud mediante frases de la Sagrada Escritura anidadas en la memoria fiel de Jesús, a través del Espíritu que actúa en su interior. “La letra mata, mas el Espíritu da vida” (II Co 3, 6).
Los invito a iniciar la Cuaresma, puestos los ojos en Jesús, con una oración de San Efrén de Siria:
¡Oh, Señor y Maestro de mi vida!, no me des un espíritu de distracción, de indiscreción, de lujuria y de palabras vanas. Concédeme, más bien, un espíritu de castidad, de humildad, de paciencia y de amor.
¡Sí, Señor y Rey!, concédeme percibir mis propias ofensas y no juzgar a mis hermanos. Porque bendito eres por los siglos de los siglos.
Amén.

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