sábado, 13 de febrero de 2016

EDITORIAL

Sin prejuicios, hacia un futuro diferente

Le cuestionaron a Francisco Papa: “¿A qué viene a México?”. La pregunta parece simplona y pudo haber contestado en el mismo tono nuestro ilustre invitado, pero decide meterse a fondo; expresa sus sentimientos más humanos y sus preocupaciones de Pontífice que le roban el tiempo. Quiere tocar las fibras más finas de nuestro pueblo y desea alimentar entre nosotros la Esperanza; anhela sentirse amado por la Señora del Tepeyac, y también confirmarnos en la Fe.
Se propone, en su estancia, palpar el alma, las dolencias de este México de más de 110 millones de habitantes. Intenta conocer de cerca las vicisitudes de quienes más sufren; colaborar en la construcción de un País más humano. Nuestra Nación, ciertamente, necesita cambiar muchas cosas. Hay urgencias graves en el espíritu de los mexicanos. Algunas instituciones nacionales, educativas, de Gobierno, también religiosas, requieren desempolvarse y reconstruirse. Una etiqueta favorable que se acomoda a los tiempos nuevos pudiera ser: “Sin resistencia al cambio”.
Desde los ciclos bíblicos se aspira a proyectos humano-cristiano-sociales, en todas las latitudes del planeta. Asienta la Biblia, casi en sus últimas páginas, en el Apocalipsis: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Ésta es la tarea de Dios, quien permanentemente confía en cada generación. La tarea es sembrar Esperanza, edificar juntos el futuro. Son muchas las labores que reclaman renovación a fondo.
Se dice que para apaciguar la curiosidad de los pueblos, nada mejor que los comerciantes. Son ellos quienes, con recursos y la tecnología, diariamente cambian la cara del mundo. Pero duele que todavía se repita la venta de espejitos. Hay, por contraparte, quienes median en iniciativas sociales para una historia diferente. En la rumorología de cada día, abundan los que afirman que las economías son arregladas para el servicio de unos cuantos.
Es triste constatar que “los constructores del futuro” son comerciantes de utilería, traficantes de honras y moneda falsa; comparsas de planes fallidos para el bienestar social. Los egoísmos tienen una única frontera: el beneficio propio. Hay asociaciones y partidos escuálidos de decencia, grupúsculos prometedores de la panacea del porvenir. Al paso del tiempo, constatamos nuestros propios engaños.
En la vida del creyente, “algo nuevo siempre está germinando”. Mientras, en sociedades y familias, brota el desencanto hacia instituciones y partidos, y la desilusión siempre aterriza en la desesperanza. La egolatría es religión de muchos. En situaciones así, Francisco Papa viene a hacer su tarea milenaria: “confortar en la Fe”.
Por doquier hay miseria, y para combatirla, se ensucian los procedimientos. Se contamina de corruptelas la política, la educación, ciertas visiones de la religión y hasta los deportes masivos más populares. Con la ignorancia, entra la componenda, la apariencia, la trampa. Los medios de comunicación, de cara al boom mediático del Santo Padre, están haciendo una buena lectura de territorios claves de la Patria. Es menester tener la radiografía del México-Nación.
Hay conciencia de las razones por las que tantos sobreviven en pobreza. Se critica a instituciones y dependencias que, en contraparte, dilapidan dineros públicos, con la complacencia de grupos uncidos al poder. Estas miserias hablan de la urgencia de “unos Cielos nuevos y una Tierra nueva”. Se requiere de un cambio de visión, de responsabilidades compartidas. El Vicario de Cristo nos da un consejo: “No tengan miedo escuchar al otro, para ver qué razones tiene.”

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