jueves, 26 de noviembre de 2015

Una llamada a la esperanza

Juan López Vergara

El Evangelio que nuestra Madre Iglesia dispone sobre la Mesa de la Eucaristía en este Primer Domingo de Adviento, forma parte del discurso escatológico, en el que se describen las señales que envolverán el Universo cuando el Hijo del hombre irrumpa como Juez, y la actitud con la cual debemos esperar el trascedental encuentro (Lc 21, 25-28. 34-36).

AL SEÑOR CORRESPONDE LA ÚLTIMA PALABRA
El tiempo final se anuncia mediante una serie de sucesos totalizantes, reveladores de la cosmovisión peculiar de la época, en lenguaje apocalíptico y catastrófico (véanse vv. 25-26). Con la venida del Hijo del hombre, reseñada con la terminología de Daniel, llegará la liberación esperada (compárese v. 27 y Dn 7, 13-14).
“Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación” (v. 28). Este versículo muestra el punto medular del pasaje, porque refiere tanto el anhelado acontencimiento como el modo con que debe asumirse. Se trata de no focalizar la mirada en los detalles descritos -que tan sólo son un medio literario-, sino en el Anuncio del que ha de venir. Por eso, nuestra actitud, de cara al fin, debe ser de esperanza y no de temor. Las señales siderales ciertamente suscitan un clima de terror y angustia. Sin embargo, para quien tiene Fe en el Señor de la Vida, dichas señales anuncian su próxima liberación, pues Él, y solamente Él, tiene la última palabra.

EN VELA, ORANDO
El Santo Evangelio nos exhorta a estar alertas, siendo dueños de nosotros mismos, con las expectativas puestas en lo que realmente importa. El discípulo que tiene presentes los eventos finales, lejos de adormecerse, ha de situar en el centro mismo de su existir una confiada y constante vida de oración (véanse vv. 34-36). Así, haremos vida el sabio consejo de San Pablo: “[…] que el Señor los llene y los haga rebosar de un amor mutuo y hacia todos los demás, […] hasta el día en que venga el Señor Jesús, en compañía de todos sus Santos” (I Ts 3, 12-13).

LA BIBLIA Y LA VIDA
Quiero terminar, conforme al iluminador método enseñado por el Padre Fidel Martínez Ramírez, Maestro sabio, quien siempre aconseja que para interpretar con acierto los aconteceres, no debemos prescindir nunca de dos Libros: ‘la Biblia y la Vida’.
Una Religiosa de avanzada edad fue visitada por las sombras de la terrible enfermedad conocida como “Alzheimer”. Al saber el diagnóstico de su mal, una compañera le preguntó: “Madrecita, estoy sorprendida de su reacción tan serena”. La Madre, con ternura indecible, le respondió: “Hermana, si una servidora llegara a olvidarse de mi Señor Jesús, estoy segurísima de que Él nunca se olvidará de mí”.
Tan hermosa y esperanzadora actitud se debe, sin duda, al conocimiento interno de Cristo que poseía aquella anciana Religiosa, el cual fue fruto de tener centrada su mirada en el Señor de la Vida, a quien se consagró en fecundo servicio hacia sus hermanos más necesitados.

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