jueves, 5 de noviembre de 2015

El culto agradable a Dios

Juan López Vergara

La Iglesia evoca hoy las últimas palabras pronunciadas por Jesús en su ministerio público, conforme al Evangelio según San Marcos, con las cuales denuncia el culto corrupto, manifiesto por el divorcio creciente entre palabras y hechos, y propone la lección de una pobre viuda anónima, quien ofreció a Dios como culto su propia vida (Mc 12, 38-44).

¡Qué responsabilidad la de los Teólogos!
Jesús descubrió que muchos Maestros de la Ley escondían dos defectos que delataban su falsa piedad: la vanidad y la avaricia. Y, por eso, previno a las multitudes, de semejante gangrena pseudorreligiosa: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las Sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas, haciendo ostentación de largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso” (vv. 38-40).
¡Qué responsabilidad la de los Teólogos!

El poder invita al abuso
Jesús actuó como un verdadero Profeta, al denunciar que muchos de los Teólogos de su tiempo, no todos (compárese Mc 12, 28-34), se valían de una devoción corrupta y espectacular para atraer la admiración y la estima de la gente; y hasta se respaldaban en sus conocimientos para explotar a las viudas, representantes del sector social más indefenso. Por ello. su avaricia era particularmente grave. Qué lejos estaban esos Maestros de la Ley de cumplir lo prescrito: “No maltratarás a viuda alguna ni a huérfano” (Ex 22, 21).
También hoy podemos distinguir entre los que explican la Ley y los que la viven. El poder invita al abuso, aun tratándose de poder religioso.

Ofrecernos como sacrificio vivo
En este preciso contexto, Marcos situó en su narración la bellísima anécdota de una viuda pobre, cuya actitud contrasta completamente con la de aquellos petulantes Maestros de la Ley. “En un ocasión, Jesús estaba sentado frente a las alcancías del Templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor” (vv. 41-42). El desprendimiento de la pobre viuda destaca frente a la codicia de los escribas; y, sobre todo, su auténtica experiencia de culto, asumida como sacrificio personal.
Jesús, entonces, llamó a sus discípulos, y les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir” (vv. 43-44).
El bondadoso Papa Juan XXIII nos enseñaba que “en la vida no importa el ruido que hacemos o las cosas que vemos, sino el amor con que cumplimos la Voluntad de Dios”. Es momento de realizar un examen de conciencia. ¿Con quién nos identificamos: con la sencilla generosidad de la viuda, o con el doblez de aquellos Teólogos? Pablo exhorta a ofrecernos “como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será su culto espiritual” (Rm 12, 1).

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