jueves, 19 de noviembre de 2015

EDITORIAL

Santuario digno para la Fe de los creyentes

La Historia Patria, en el pensamiento de ciertos mosqueados personajes, está salpicada de remiendos, mentiras, dislates y aberraciones; pretende exaltar pseudo-estrellas a modo y construir héroes sin consistencia. Hay, por supuesto, reseñas magníficas de épocas y personajes que engrandecen a nuestra Nación. Los Anales oficiales y las historias en la conciencia de la gente, transmitida de padres a hijos, no marchan siempre por las mismas veredas. En cierta época, surgieron demasiados enemigos contra la Religión Católica –al destruir, pretendían ser héroes–, pero el tiempo asienta la verdad. A contrapelo de las veleidades politiqueras, ha brotado un Ejército de Mártires, por la lucha y defensa de sus convicciones.
La Iglesia milenaria ha crecido en la Fe, batallando contra las adversidades con la prosapia y enjundia de hombres y mujeres. Unos, ilustrados; otros, muy sencillos, a través de su vida han dado testimonio de lo que creen. Especial relevancia la revisten los Mártires. Su sangre ha regado la Fe de generaciones de todos los tiempos. El Santuario dedicado a esos Testigos nace de la necesidad de expresar dicha convicción. Hoy, desde muchos rincones de la Perla Tapatía se admira esta enorme construcción espiritual de nuestro Credo, y este magno recinto traspasará los tiempos.
En México, entre los años 1915 y 1929, se vivían tiempos difíciles. Había entrado en vigor la Constitución en febrero de 1917 que, a la letra, era totalmente anticlerical y antirreligiosa. Era la época de las grandes haciendas de algunos; y del otro lado de la barda, millones de mexicanos a quienes por su trabajo de sol a sol les pagaban en las “tiendas de raya” apenas para sobrevivir en la desnutrición y la pobreza extrema. Los Sacerdotes, y los católicos en particular, encontraban en la Fe sencilla un consuelo ante tanta necesidad, dolor y pobreza.
En esta situación, cuando buena parte del Clero sufrió todo tipo de vejaciones por parte del “Gobierno” –como decía la voz popular–, y utilizaba la violencia por cualquier pretexto, se levanta la grandeza de las convicciones. Es en estas épocas difíciles cuando surge, para la Patria, una como refundación de la Evangelización y de la Fe a través del testimonio de los Mártires. La violencia, cuando se le responde con la misma moneda, incuba el encontronazo de la muerte inútil. Pero la violencia enfrentada con dignidad defendiendo convicciones, hace surgir los Mártires verdaderos.
Cuando se habla de los Mártires compatriotas, lo primero que sobresale es su forma de ser muy humana: vivieron en una simpleza natural; hicieron las cosas con el empuje de la certidumbre y la trascendencia de su Fe; “vivían naturalmente comprometidos con las dificultades de su entorno, porque se sentían hijos de Dios”.
Este 22 de noviembre, en la Fiesta de Cristo Rey del Universo, y teniendo como ocasión la celebración del “Día del Laico”, de aquellos hombres y mujeres que viven y comparten su creencia –incluso dentro de limitaciones y fragilidades muy humanas–, es la fecha escogida para celebrar la primera Misa dentro de la nave principal del Templo. Es una invitación a la congruencia de todos los bautizados, vivir la Fe en nuestras circunstancias; trabajar, disfrutar desde nuestras creencias cristianas. Cristo quiere ser Rey al ofrecer Misericordia al sufrimiento de todo hombre.

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