viernes, 4 de noviembre de 2016

Ser Misionero; esto me define

Aprendizaje oportuno

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Roberto Carlos Romero Miranda,
4º de Teologia
(Parte I)

La identidad de todo cristiano es ser Misionero; es decir, desde nuestro Bautismo estamos llamados a ser testigos y continuadores del Mandato que Jesús dio a sus discípulos: Vayan, pues, y hagan que todos sean mis discípulos… (Mateo 28, 19ss). Es en este espíritu como la Iglesia es Misionera por naturaleza (Ad Gentes, 2).
Escogido a la vocación de la vida, y después a la vida de Fe, escuché la llamada del Señor a la vida sacerdotal a temprana edad, motivo por el cual, una vez terminada la Secundaria, inicié un proceso de discernimiento con los Misioneros de Guadalupe para incorporarme en las filas de las Misiones Extranjeras.
Después, por la Gracia de Dios, cursé mis estudios filosóficos y un año de Espiritualidad y Pastoral en el Seminario Mexicano de Misiones Extranjeras, y de ahí partí al exterior: Kenia África, a iniciar un nuevo amanecer misionero. Salir de uno mismo y salir de casa es una de las experiencias más gratas que me han ido configurando en mi ser misionero. Esto es, con honda gratitud a Dios puedo decir que la vocación sigue siendo un gran misterio, el cual se vive y se descubre con el caminar diario.

Experiencias y retos
Pisé tierras africanas en Agosto de 2011, y como Seminarista Misionero mi vida daba un giro. Como “extranjero”, en África me enfrentaba a un mundo diferente. Una vez más, vibraba mi llamada vocacional, que implicaba una respuesta en una situación concreta. Lo que había sido un sueño, ahora se cristalizaba con una realidad llena de alegrías, tristezas, carencias, compañías, soledades, Fe y Esperanza en un mundo con hambre y sed de justicia.
El saberse cristiano implica dar testimonio de Jesús que viene a dar vida, y vida en abundancia. Para esto, mi ser misionero era volver a ser un niño; o sea, aprender a hablar no sólo inglés, suajili, maa, sino hablar como Jesús habló: con amor. Ser Misionero es comenzar ese viaje de la cabeza hacia el corazón; travesía que consistía en navegar las rutas de la Misión: conocer, amar, respetar y servir a una cultura diferente.
Después de un año de estudio de la lengua y cultura africanas en Nairobi, Kenia, estudié un año Teología en el Colegio Hekima (Sabiduría) dirigido por los Jesuitas. De ahí, tuve la oportunidad de compartir mi Fe en una Parroquia en tierra maasai; un año pastoral en el cual aprendí a caminar con ellos.

Grata asimilación
El africano es muy rico en su sabiduría popular: dice que si quieres caminar rápido, camines solo; pero si quieres caminar lejos, camina con otro y, ese Otro, es Dios y la comunidad. Con los maasai mi corazón vibraba cada que visitaba a las familias y veía unos rostros desfigurados por el sufrimiento y la pobreza, pero ricos en su experiencia de Enkai (Dios). Una vez terminado mi Año de Pastoral en tierra maasai, regresé a la Capital, Nairobi, para continuar mis estudios teológicos, de los cuales agradezco la visión misionera de la Iglesia al convivir con compañeros de 17 países, que hacían de la Universidad un mosaico cultural, una familia en donde nuestras diferencias nos complementaban.
Resulta impactante observar cómo el africano es, por naturaleza, un hombre con la música en la sangre. La vida es para celebrar; si se ve pobreza material, es suplida por la riqueza espiritual, aun sin ser católicos. Ser Misionero es ser un niño que aprende a hablar su lengua, a caminar con ellos, a comer con ellos, a celebrar con ellos, a sufrir con ellos; pero, sobre todo, a orar con ellos.
Siendo la vida misionera el ser y quehacer de la Iglesia, ahora hago mías las palabras de un hombre de Dios: “La gratitud es la memoria del corazón” (Cardenal Martini). Mi gratitud a Dios y a ellos por esta experiencia de Fe.
Ahora comparto mi Fe y experiencia misionera en el Seminario Diocesano de Guadalajara, sabiendo que la Misión me define cuando salgo de mí mismo para darme a los demás; es decir, a mis próximos.

Mungu awabariki
(Dios los bendiga).

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