jueves, 3 de noviembre de 2016

Jesús quiere vivir en nuestra Ciudad para transformarla

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas y hermanos muy apreciados:

Nuestras ciudades albergan habitantes que gozan de muchas oportunidades; pero, al mismo tiempo, alojan a muchísimas familias que sobreviven en extrema necesidad y pobreza.
Jesús tiene interés por conocer a los moradores de cada localidad, y quiere aprovechar cada encuentro para obrar una transformación para bien, para mejorar la vida y dignidad de todos.
El Señor entra en nuestra Ciudad y permanece, como por ejemplo en los Templos, en los que se celebra la presencia de Jesús Resucitado, y se hace vivo y presente. Quiere conocernos, quiere conocer nuestras necesidades y problemas, para obrar en nuestros corazones una transformación; para que la vida sea más justa y con mayor equidad, y con interés por las necesidades de todos.
Pero no sólo ingresa a nuestra ciudad, sino que permanece, y quiere tocar nuestro corazón, nuestra realidad, la que cada uno vive, aun en el pecado y en la injusticia. Quiere ver nuestro rostro y hospedarse en nuestra casa.
No obstante seamos pecadores, si hay interés por recibir a Jesús de una forma sincera, Él corresponde al deseo que tenemos de conocerlo. Y si conocerlo causa alegría, esto habla del motivo de buscarlo de una manera auténtica.
Si queremos descubrir quién es el Señor, el Maestro, y que actúe una transformación en nuestra vida y en nuestro corazón; si deseamos experimentar una verdadera conversión, debemos estar movidos por un interés auténtico en nuestro corazón, de conocerlo, de hablar con Él. Entonces, el Señor no dudará en decirnos que quiere estar con nosotros, a solas, y desatar todo aquello que nos hace infelices, que nos hacer perder la paz y que nos estorba para estar plenamente realizados.
Sólo en un encuentro verdadero y humilde con Cristo, puede recuperarse la paz y la alegría, dejando todo aquello que no es verdad, que no es justo, que no es bueno.
¿Qué sería de nuestra Ciudad si en cada lugar donde nos encontramos con Jesús, como en el momento de la Eucaristía, los asistentes lo buscamos con sinceridad, y dejamos que se hospede en nuestro corazón y nos haga ver todo aquello que nos ata y que no está bien, que es fuente de maldad e injusticia para con los demás, y que le digamos que estamos dispuestos a cambiar, a dejar todo lo que nos estorba? ¿Cuál sería el resultado?
Disminuiría la violencia que afecta a la Ciudad, la injusticia que golpea a tantos hermanos en la Sociedad; disminuiría el egoísmo que no nos deja ver al que vive al lado, y que sufre, que necesita nuestro auxilio; disminuiría la vanidad y la ambición desordenada por las cosas materiales; disminuiría el desorden que nos lleva a satisfacer nuestros sentidos. Nuestras relaciones serían más fraternas y más justas.
Para que esto suceda, necesitamos la libertad y la voluntad. Jesús responde amorosamente a quien se acerca a Él con sinceridad, libertad y voluntad.
Dios siempre disimula ante el mal que cometemos (Cfr. Sab. 11,22-12,2). Espera que le digamos que anhelamos cambiar, ser otros, e inmediatamente nos da todo su Amor, su perdón, su Misericordia. El Señor quiere vivir en cada uno para transformarnos, y vivir en nuestra Ciudad para transformarla.

Yo los bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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