jueves, 29 de octubre de 2015

“Con los pobres… quiero yo mi suerte echar”

Juan López Vergara

El Santo Evangelio que la Iglesia coloca hoy en la Mesa de la Eucaristía es de gran fuerza, revela el insólito espíritu del Reino traído por Jesús, quien abiertamente declara que es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se manifiesta (Mt 5, 1-12).

Del reino de la ley a la Ley del Reino
El texto de Las Bienaventuranzas inicia el pasaje del Evangelio de San Mateo, conocido como: ‘El Sermón de la montaña’, que se extiende hasta el final del Capítulo Séptimo (5, 1 – 7, 29). “Cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles” (vv. 1-2). El Hijo de Dios dirige su propuesta a todos (compárense los vv. 1-2 con Mt 4, 25). En ella, Jesús expone el nuevo espíritu del Proyecto de Dios: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado” (Mt 4, 17). ¡Del reino de la ley a la Ley del Reino!

Los caminos de Dios no coinciden con los nuestros
La justicia anunciada en este Sermón deberá caracterizar a los discípulos: “Porque les digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20). Mateo explicita que los discípulos son los sucesores de los Profetas: “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los Cielos; pues de la misma manera persiguieron a los Profetas anteriores a ustedes” (v. 12). El Mensaje del Sermón tendrá que ser propagado por todo el mundo a través de la predicación de los discípulos (compárese Mt 28, 18-20). “Porque no son mis pensamientos sus pensamientos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –Oráculo de Yahvé–” (Is 55, 8).

La dignidad de la pobreza evangélica
Mateo presenta ocho Bienaventuranzas. En ellas, cada augurio va acompañado de una promesa, si bien de las ocho sólo coinciden: la primera, que alude a los ‘pobres de espíritu’ (v. 3), y la última, que se refiere a los ‘perseguidos por causa de la justicia’ (v. 10), en dos importantes aspectos. Primero, en la promesa: la posesión del Reino de los Cielos; y, segundo, en que ambas Bienaventuranzas aparecen en tiempo presente, formando así un marco literario perfecto. En las seis restantes, la promesa respectiva se reserva para el futuro (compárense: vv. 4.5.6.7.8.9).
Para Jesús, los destinatarios de la primera y última predicción participan ya de la dicha, porque están en la situación justa: abiertos y decididos a comprometerse con el Plan de Dios. Nos parece ilustrativo el comentario de San Jerónimo: “Para que nadie piense que el Señor predica una pobreza soportada a veces por necesidad, añadió: ‘de espíritu’, para que entendieras aquí la humildad, no la indigencia. ‘Bienaventurados los pobres de espíritu’ que, movidos por el Espíritu Santo, son pobres voluntariamente”.
En palabras de uno de los tantos santos de la Historia, José Martí, comprometido Prócer y Poeta: “Con los pobres de la Tierra, quiero yo mi suerte echar”.

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