jueves, 29 de octubre de 2015

Desde el Seminario, formación de apóstoles

Conciencia de Misioneros

Levitas Año de Servicio

Rafael de Jesús Esparza Aguilar, 3º Teología

Un elemento siempre necesario es el sentido y la técnica de la eficacia. En cuanto a la tarea evangelizadora, depende fundamentalmente del celo apostólico y del deseo de dar frutos, pero también puede lograrse educando la actitud y estilo de trabajo. No se trata simplemente de estar ocupados o ajetreados, sino de alcanzar objetivos importantes y fructuosos. Es la diferencia entre la ‘eficiencia’ (hacer bien las cosas) y la ‘eficacia’ (hacer bien las cosas que más conviene hacer).

Método e inspiración
Los Seminaristas debemos conocer el sentido profundo, humano y eclesial de ese modo de vivir y trabajar hoy en la Iglesia. Cuáles son las condiciones de su genuina eclesialidad, cuáles sus finalidades, cuál su inserción legítima en el seno del Pueblo de Dios y de sus instituciones. Es necesario que sepamos “hacer, hacer hacer y dejar hacer”. “Hacer”, porque el primero en arrimar el hombro, en convocar a un determinado grupo, es el Seminarista, futuro Sacerdote. ‘Hacer’, sobre todo, su parte, específicamente de su ser Seminarista: lo que los Seglares no pueden o no deben realizar.
“Hacer hacer” se refiere a la habilidad para impulsar la colaboración de los demás, para englobar a los Laicos en las tareas apostólicas y evangelizadoras. “Dejar hacer”: no apagar la luz del Espíritu, saber reconocer los carismas de los demás, no ahogar su iniciativa, sino apoyar, estimular y contribuir al mayor éxito apostólico posible.
Ante todo, hemos de recordar que el celo apostólico y el sentido de la Misión es una Gracia divina: es la participación en el Amor de Cristo a la Humanidad. Por tanto, el primer recurso ha de ser la oración. Oración como petición de esa Gracia, como contacto asiduo con la Fuente del Amor y, finalmente, como expresión genuina del amor a los hombres. En nuestra oración personal contemplamos frecuentemente el ejemplo de Cristo Apóstol, entregado totalmente a su misión. No hay mejor escuela de apostolado, en especial para el apóstol Sacerdote, identificado de modo único con el Maestro por el Sacramento del Orden.
Se requiere, además, otra contemplación: la que hacía Cristo cuando veía a la muchedumbre y sentía «compasión de ellos porque estaban cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36). La conciencia de la Misión, el celo apostólico, el sentido eclesial y la caridad pastoral se verán notablemente reforzados si se procura que se conozcan de cerca los sufrimientos e injusticias que deben soportar numerosos hombres y mujeres, y hasta pueblos enteros, y se les ayuda para que estén al tanto de los problemas que afligen a la Iglesia.

Un magnífico laboratorio
El trabajo de Apostolado que realizamos los Seminaristas mayores cada sábado es un tiempo favorable que nos permite el contacto con una Comunidad específica, pues vamos conociendo las diversas necesidades del Pueblo de Dios, y nosotros, que nos preparamos para el Sacerdocio, debemos ser conscientes de la gran necesidad, más que nada espiritual que tiene el mundo, y que a la vez nos impulsa a formarnos de manera consciente para transmitir un mensaje de aliento, de consuelo, de paz.
El Apostolado que realizamos en el Seminario es en una Parroquia para atender diversos Grupos: Liturgia, Acólitos, Catequistas, Enfermos, etcétera. También hay Seminaristas que visitan los diversos Decanatos Urbanos para la Promoción Vocacional, así como los Seminarios Menores Auxiliares de Ahualulco, Cuquío, Totatiche y La Barca, que mediante el ejemplo, la alegría y el entusiasmo puedan contagiar a todas las personas, de manera especial a los Acólitos, puesto que de ahí se va fraguando la vocación al Ministerio Sacerdotal. También se cubre la necesidad de ir a los Hospitales y a la Pastoral Penitenciaria; labor que realizan Seminaristas de Teología, quienes transmiten una palabra de aliento, de esperanza, de ánimo, a todas las personas a quienes les toca atender.
Un Seminarista con celo apostólico no se conforma con cumplir medianamente las tareas correspondientes a su cargo. Se convierte, más bien, en el hombre que sirve de guía a sus hermanos, que los conoce, los convence, se entrega por ellos; que echa mano de los medios más eficaces para allegar el Evangelio y la Salvación a todos los hombres; que aprovecha la predicación, la conversación, el encuentro fortuito, para anunciar a Cristo. El apóstol capaz de hablar, como Cristo, como san Pablo, en el campo o en la ciudad, en la iglesia o en la universidad, en la prisión, en una barca, en un viaje, en una reunión familiar.

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